v. las nubes de van-gogh

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Un nuevo día llegaba a Hogwarts, un sábado más concretamente

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Un nuevo día llegaba a Hogwarts, un sábado más concretamente. Miriam, por su parte tenía todos los deberes hechos, y ya estudiaría al día siguiente. Ese sábado era su día completamente libre.

Era pronto, así que no habría casi nadie despierto a esas horas, por eso antes de irse a desayunar se tumbó en el patio del castillo. El cielo estaba precioso, así que lo que se puso a hacer fue simplemente mirar a las nubes. 

Cada una con una forma diferente. Pero todas daban que pensar, y hacían que su imaginación volase.

―¿Relajada, Da Costa? ―preguntó una voz un poco grave. 

Y mientras lo escuchaba sintió que alguien se sentaba a su lado, para después tumbarse como ella. Dean.

―Obviamente, Thomas ―comentó Miriam mirando todavía el cielo―. ¿Lo ves? Las nubes están dibujadas como si fueran el cielo de La noche estrellada de Van Gogh. Un gran pintor muggle, por cierto.

―Yo veía algo más como si cada nube fuese una pequeña galaxia, pero ahora que me lo dices, sí, lo veo.

―¿A qué sí? Además hoy el día está hermoso, huele a césped húmedo porque anoche llovió, no tengo ninguna tarea y puedo disfrutar completamente de este día.

―¿Y los de Umbridge? Eran resumir todos los capítulos que ya habíamos leído en clase. Y no hemos leído poco, que digamos...

―Sí, lo he hecho absolutamente todo. Aunque lo de la profesora Umbridge ya lo tenía hecho porque los resumí antes de llegar a Hogwarts, por si me costaba el cambio, ¿sabes? Para tener ya una base.

―Eso es... increíble, yo ni siquiera lo he empezado.

―¿Quieres que te ayude? Uno de mis talentos es, según mi profesora de Historia de la Magia de Beauxbatons, que aunque remarcase bastante que mis exámenes no fuesen la gran cosa, decía que tengo una capacidad de sintetización increíble.

―Por favor, sí, no sabría qué hacer. Resumir se me da fatal ―admitió―. Pero luego si eso, hoy hace una muy buena mañana como para gastarla en una biblioteca. 

―Un gran día ―concedió, ampliando su sonrisa. 

Después de esas palabras se formó un silencio, para nada incómodo, en el que cada uno observaba las nubes de manera tranquila. 

Claro, hasta que una voz femenina, aguda, y mal armonizada interrumpió esa pequeña tranquilidad. 

―Hola, Dean ―era la voz de Lavender, insufriblemente insinuante. 

A pesar de que Miriam y Lavender compartiesen habitación, y se viesen prácticamente a diario, no hablaban casi nunca. Ni de manera cortés para saludarse, por educación. Desde el encuentro el primer día con la cama la francesa había aprendido que era mejor mantener las distancias. 

𝐒𝐎𝐌𝐎𝐒 𝐀𝐑𝐓𝐄, dean thomasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora