La inocente y dulce Jazzlyn Parker, está enamorada del chico malo de su clase; Devon Gray. Él parece no notarla, nunca. Aún con esa belleza sublime y femenina, le resulta un poco complicado acercarse al chico-problemático.
Jackson Leckie.
Él parece...
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—Perfecto. —Susurro para mí mientras estoy frente al espejo.
Perfecto es todo lo contrario a como me veo; mi cara aparte de lucir demacrada y con ojeras, también se ve cansada, con residuos del alcohol y con manchas rojas por los golpes.Mi ojo izquierdo no está hinchado hasta cerrarce completamente, pero sí se ve asqueroso y con un intenso color carmesí con matices violetas alrededor.
Mi ceja tiene un corte en vertical. Mi pómulo, también inflamado, tiene una ligera cisura. Mi labio inferior parece que se ha unido a todo lo anterior porque un pequeño canalito cruza de lado a lado. Todas estas hematomas me dejan pequeñas manchas de color rojo por casi todo mi lado izquierdo de la cara. Aveces desearía haber tenido el color de la piel más tostada en lugar de ser pálido. Aveces y sólo aveces, también me hubiera gustado no tener que haberme metido al mundo de las peleas.
¿Cuándo demonios volví a caer en esta situación?
Antes de ponerme la camiseta echo un vistazo a esa incomodidad que me impide moverme de forma normal. El reflejo en el espejo me regresa otro golpe más grande que los anteriores, lo blanco de la piel hace que trasluzca a la perfección el color violeta. Parece como si me hubieran dado con un bate de beisbol en lugar del puñetazo y las patadas de Levi, no obstante, se siente peor de lo que se ve.
Increíble.
Con un último bufido, me arrastro a la salida mientras paso la tela oscura por mi cara para terminar de vestirme.
Cuando regreso lo primero que veo es a Jazzlyn en ese mismo taburete. Sigue comiendo de esas galletas, ahora acompañada de su teléfono y un vaso con agua a la mitad.
— ¿Te sientes un poco mejor? —pregunta cuando me mira.
La verdad no, pero no lo digo.
—Me siento limpio —ironizo haciéndola reír.
— ¿Toda tu ropa es de ese color? —cambia el tema y lo agradezco mucho. No pretendo empezar a quejarme, ni del dolor, ni de la resaca, ni de lo débil que me siento. —No tengo nada contra el color negro, pero desde la primera vez que te vi, llevas ese color en cada prenda.
Sólo un poco de mi ropa es de otro color, pero no pienso mucho en ello. Lo que mi cerebro registra es que ella me ha observado. No sólo me ha visto, ha puesto atención a algo tan simple como el color de la ropa. Algo tan sencillo no debería hacerme sentir halagado, pero lo hace.
—Eres muy meticulosa, pequeña. Me agrada este color y es cierto lo que dices, casi todo lo que tengo es negro. —Ella sonríe y yo le devuelvo la sonrisa mientras me siento en el taburete a su lado—, a diferencia de ti. Yo no puedo ni siquiera acercarme a tu color favorito porque casi siempre llevas distintos tonos. Colores de chica, así que descarto que pueda gustarte también el negro.
Antes de responderme algo, su mano se alarga para llevar a mis labios lo que resta de esa galleta. Sin pestañear siquiera, acepto lo que me ofrece abriendo la boca.