Doce

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No sabía cómo sentirme al respecto, es decir, ya de por sí las cosas eran un mierda. Una mierda bien grande y apestosa, que aunque no la ves inunda la habitación con su asqueroso olor.

Estaba en un estado raro, las emociones estaban ahí dando vueltas como un remolino, y a la vez, no sentía nada. Como en automático. Como si estuviera sentado en una de esas sucias mesas, trataba de comer el atún con verduras, con sabor a refrigerador y mirando en todas las demás mesas escuchando el alboroto, a nadie parecía importarle nada, como si estuviéramos en el almuerzo en la escuela, miraba sin mirar y oía sin prestar atención.

Y luego, estaba él aquí, lo había estado todo este tiempo y se veía normal, tranquilo, disfrutando de la compañía de esos otros chicos. No se  le veía mal ni nada. Parecía verse mucho más contento que cuando estuvimos encerrados en esa casa una semana. Quejoso y diciendo un montón de estupideces. Mierda.

En mi sexta semana ahí, iniciaría la primera prueba de lealtad. Nos darían las órdenes al final del día y a partir de ese momento nos las ingeniaríamos para llevar a cabo la prueba por nuestra cuenta.

Tenía el cuerpo molido, dolía incluso respirar, subir las escaleras, levantar la charola de la comida. Los golpes eran reales, los entrenamientos eran fuertes y rigurosos. Salías con la cara partida cuando te enfrentabas cuerpo a cuerpo contra los demás. Me habían dado cuatro puntadas en la mejilla y dos en la ceja. Tenía uno de mis dedos en una férula por fractura. Me había acostumbrado al sabor de la sangre, era fácil tragarla en pequeñas cantidades, pero luego comenzabas a ahogarte.

Empuje la charola por la superficie de la vitrina donde repartían la comida. Roma estaba delante de mi, era agradable tener alguien con quien compartir aunque sea un hola de vez en cuando, era más de lo que necesitaba para continuar.

Di vuelta entre una de las mesas y un chico salió de la nada, me sujeto del brazo y nos ocultamos en un recodo de un pasillo, era pequeño, pero nos ocultaba del resto de las mesas, y de los guardias de las escaleras y los alrededores.

Brayden me libero despacio, me miró confundido. Sus ojos parecían desorbitados, encima de las manchas púrpura de sus ojeras. Estaba delgado, mucho más que antes. Levante con mi puño un poco del atún y se lo embarre en la cara asquerosa que tenía.
No se había afeitado, su cabello era una bola de pelo reseca y despeinada, le caía en la frente y ocultaba su mirada, tenía moretones, cicatrices y puntadas como las mías. Sus labios eran una línea apretada.

―Eres un idiota ―respondí.

―Lo siento, en verdad. No tenía la más mínima idea de que estuvieras aquí, justo aquí.

― ¡Aja! Ya paso una semana desde que nos vimos. Te veías bien, bastante divertido, ahora te ves como una mierda ―bufé herido.

―El almuerzo es el único lugar donde podemos encontrarnos, no puedo despegarme de mis compañeros sin que tenga problemas, ¿lo entiendes? Tengo prohibido acercarme a los demás si no pertenecen a mi grupo ―Se aclaró la garganta―. No quiero meterte en problemas, más ya no.

―Seguro, ¿qué haces con los de avanzado? ¿A quién se la tuviste que chupar para ascender tan rápido? ―me reí.

―Jonathan, hay cosas de mi qué jamás te dije. Una extensa parte que creí adecuado ocultarte por tu bien y por el mío ―Suspiro―. Es una larga historia, pero creo que ya te imaginas que yo alguna vez estuve aquí.

― ¿Antes de que mataran a tu amigo o antes de ser el niño berrinchudo que conocí?

―Se que estas molesto, se que me odias y se que crees que te he traicionado por lo que hice, robe la lista de tu padre para entregársela a estos sujetos. Ese era el trato, tenía que darles la lista  para que no me hicieran nada, pero después lo hice para que no te matarán a ti, lo hice para que te dieran la oportunidad de vivir… No sabía que era esta la oportunidad.

En mi, no en ti #3 ✅Donde viven las historias. Descúbrelo ahora