Capítulo 17

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La casa, construida en una de las muchas cuevas de las Ered Luin, no era lujosa, y solo se podía considerar grande si se comparaba con sus vecinas. De compararla con cualquier hogar fuera de la montaña, saldría mucho peor parada.

Aun así aquella casa, que más bien era una cueva excavada y decorada para que pasara como hogar, se consideraba el mejor alojamiento en el interior de las Ered Luin. No era de extrañar, teniendo en cuenta que durante muchos años, había sido el hogar del legítimo Rey de la Montaña y de sus dos herederos.

Pese a todas esas carencias, la pequeña residencia era cálida y acogedora. Y aquello no tenía nada que ver con que aquella fuera el antiguo hogar del Rey de la Montaña, sino que también era el hogar de su hermana: Dís, Hija de Thráin, madre de los dos jóvenes príncipes.

Era ella quien había propiciado que aquellas sencillas estancias resultaran tan agradables. La enana de sangre real se dedicaba ahora a calentar un poco de leche sobre el fuego, vestida su camisón. Claramente, se preparaba para afrontar otra noche en solitario, con solo memorias y añoranza para acompañarla.

La enana suspiró, y se apartó un mechón de la cara: los bucles rizados, que antaño habían sido su orgullo, ahora no era más que una triste mata de pelo, recogido en una única trenza. Pero hacía muchas décadas que no era una princesa, sino una simple enana, madre viuda que debía de cuidar de su hermano mayor y sus dos hijos.

No tenía tiempo para cuidarse el pelo.

Dís suspiró de nuevo, y apartó el cazón del fuego para verter la leche tibia en una taza de arcilla. Se recostó en el sillón frente al fuego, e intentó no pensar en sus hijos, que habían partido sin pensarlo con su tío, con la cabeza llena de historias de la magnífica Érebor, el corazón lleno de entusiasmo ante la idea de recuperar su hogar ancestral. Ella le había suplicado a su hermano que los dejara fuera de aquella locura de misión, que no les permitiera luchar una guerra perdida por un hogar que nunca habían conocido.

Son adultos, hermana mía, había dicho el Rey, Son grandes guerreros, y necesitaremos toda la ayuda posible para recuperar nuestro hogar.

Este es nuestro hogar, había respondido ella.

Un hogar pequeño, austero y lleno de sacrificios, donde tenían que trabajar, cazar, andar casi media hora para tener agua. Pero un hogar seguro, donde Dís podía estar segura de que sus hijos volverían a casa al caer el Sol.

A Dís no le importaría raparse el pelo que antes había sido su orgullo con tal de saber que podría ver a sus niños todas las noches.

En cambio, Thorin había partido a recuperar Érebor del dragón Smaug y los dos hermanos le habían seguido. Y ella se había quedado sola en aquella pequeña casa que ya no era tan acogedora sin su familia, rezando a todos los Valar por las noches para que sus hijos y su hermano volvieran a ella.

Todas las noches, su ruego quedaba sin respuesta.

Dís se levantó del sillón, la taza de leche ya vacía, y la dejó en la diminuta cocina. Se pasó la trenza por el hombro y se dirigió a su habitación, dispuesta a sumirse en el sueño, el único momento en el que podía olvidar sus temores.

Dís sintió el suelo temblar.

Abrió mucho los ojos y se quedó muy quieta. No había sido un temblor fuerte, pero sabía que no siempre los terremotos comenzaban a plena potencia. Con el corazón latiendo a mil por hora, esperó a la siguiente réplica. ¿Debía correr hacia el exterior de la cueva?

Un clamor le llegó desde las cuevas vecinas, cada vez más y más voces aterrorizadas se sumaban, pero Dís no sintió ningún nuevo temblor.

Frunció el ceño. ¿Por qué el pánico? Aquellos pequeños temblores eran frecuentes, y aunque eran incómodos, no entrañaban ningún peligro real, siempre que no fueran seguidos de un verdadero terremoto, lo cual no era frecuente. Todos estaban acostumbrados a ellos.

Shur'tugal || KilixOC || Crossover El Hobbit/EragonDonde viven las historias. Descúbrelo ahora