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—Lando, baja un poco más.- le suplicó Carlos exasperado. Sin embargo la expresión de dolor en el rostro de Lando era genuina.

—No puedo, Carlos. No puedo más.

—Sí, sí puedes. Anda.- le insistió el mayor mientras aumentaba la presión sobre él.—Tienes que hacerlo mejor.

—Pero me duele...- lloriqueó Lando con algunos quejidos de dolor.

—Aguanta un poco. Solo respira y verás cómo te es más fácil.

—¡Me sigue doliendo! ¡No puedo más! -Carlos hizo un poco más de fuerza—¡No, por favor! ¡No aguanto más!... Suéltame.- Lando se enderezó en cuanto las manos de Carlos finalmente salieron de su espalda.
—Te dije que no podía.

Carlos se puso de pie y miró a Lando que permaneció sentado en el piso con ambas piernas estiradas.

—¿Esto es todo?

—No soy muy flexible.

—¿Cómo has podido bailar hasta ahora sin lastimarte? Ni siquiera te puedes estirar bien.

—Pero tú también me haces mucha fuerza, Carlos. ¿Hasta dónde pretendías hacer que llegaran mis manos? Mis piernas son muy largas.

La ceja de Carlos vibró.

—¿Con que tienes piernas muy largas? ¡Qué lástima! Me duele tanto escuchar tus desgracias. ¿Qué estaba pensando Dios al castigarte así?

—No lo dije por eso.- Lando bajó la cabeza al instante. Sabía que Carlos era un poco sensible con el tema de su estatura. Sin embargo desde hacía varios días que Carlos estaba siendo bueno con él y eso, por encima de todo, era genial. Siempre hacían los calentamientos y los estiramientos e incluso habían vuelto juntos de las prácticas de la tarde un par de veces. Lando sabía que todo era porque Oscar se lo había pedido a Carlos pero aún así era feliz. Tenía la oportunidad de practicar con la persona que idolatraba casi todos los días y ya no lo trataba como si fuera basura.

Carlos ante todo esto, había logrado dominar sus sentimientos. No era como si nunca sintiera punzadas de celos, o el exasperante contraste entre sus niveles de madurez, pero estar con Lando le resultaba extremadamente cómodo. La completa ingenuidad del chico era refrescante, su maldad infantil, su ternura, todo estaba constituido como la combinación perfecta de personalidad para Carlos. Tenía que admitirlo: lo hacía sentir alegre. Tenerlo constantemente llamando ''Calos, Calos'' y pidiéndole ayuda en casi todo, sentirse como si fuera responsable por él, reírse con sus ocurrencias y sus cosas tiernas era muy buena medicina para su corazón. No pasaba un día en el que no se preguntara como no lo había notado antes y había desperdiciado su tiempo sintiendo antipatía hacia el chico.
También había notado, gracias a que constantemente lo estaba observando, que cuando él no estaba cerca de Lando, este tenía un semblante mucho más serio, era más callado y lucía, en general, más maduro e intimidante. Había hecho un experimento y se le había acercado un par de veces mientras lucía así. El resultado: su aura cambiaba completamente en cuanto lo veía, sonreía y comenzaba a moverse más, más activo y alegre.
Había llegado a la conclusión de que tenía cierto efecto en él.
Pero no era un asunto unilateral. Todos en la clase de street dance lo habían notado. Formaba parte ya de los rumores circulantes. El impenetrable Carlos, el as de street dance, el chico misterioso y serio, que únicamente se relacionaba, fuera de los ámbitos de su clase, con el también controversial Max de repente se había convertido en un encantador mayor. Sonreía, sonreía mucho, incluso había personas en su clase que no le habían visto los dientes hasta aquel día que fue a disculparse con Lando.
Lando también tenía cierto efecto en él.

Además estaba esa rara tensión que surgía entre ellos de vez en cuando. Ese ligero nerviosismo que recorría las manos de Carlos al apoyarse sobre la ancha espalda de Lando y empujarlo hacia abajo para que se estirara. O la forma en que le aleteaba el pulso al ver, entre los mechones de pelo castaños, como las orejas del chico estaban completamente rojas. Cada vez que sus manos se tocaban había un ligero contacto visual entre ellos, no decían nada, solo se miraban. Si su vida fuera un drama, probablemente uno de los dos retiraría la mano, como si hubiera electricidad en la del otro. Pero ninguno lo hacía. Solo entrelazaban sus dedos, más contacto visual, y simplemente procedían a estirarse. Bokuto se había sorprendido a sí mismo tocando las piernas de Akaashi más de lo necesario, poniéndole el cabello detrás de las orejas cuando le caía sobre la cara y se le mojaba con el sudor, disfrutando el sonido de sus fuertes pisadas y su respiración agitada al bailar. Se había dicho a sí mismo que solo era porque le llamaba la atención, que le parecía una criatura curiosa, que por eso lo miraba.

El anexo; Lewstappen. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora