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Max abrió los ojos lentamente mientras iba recuperando la conciencia. Lo único que sentía en esos momentos era un dolor de cabeza infernal. Poco a poco se fue ubicando en la realidad y cuando intentó moverse se percató de que sus manos estaban atadas. Al sentir el amarre en sus muñecas se aclaró por completo. Quiso forcejear pero sus manos estaban firmemente inmovilizadas detrás de su espalda y su torso también estaba atado a lo que le pareció que sería alguna especie de tubería cerca de la pared.

—¡Eh! ¡Ya se ha despertado!- dijo una voz y Max instintivamente buscó a su dueño fijándose así en el sitio en que se encontraba. Era una habitación no muy grande y mal iluminada. El mobiliario estaba compuesto principalmente por sillones y cojines. Sabía que había varias personas pero no podía distinguir bien cuántas. El cuarto estaba casi a oscuras y había tanto humo que parecía neblina. Un olor desagradable que le resultó familiar inundó sus fosas nasales provocándole un par de muecas.

—¿Qué pasa, princesa?- de nuevo la misma voz. Su dueño finalmente se había acercado y se había agachado frente a él. Era un chico que no conocía, de grandes ojos almendrados y facciones suaves. De no ser porque jugueteaba con una navaja entre sus delicadas manos podría haber pasado por un chico dulce.

—¡Déjalo tranquilo! ¿Nunca te han dicho que los perros muerden?- otra voz dirigiéndose claramente al chico.

—Solo quería verlo de cerca. Me da curiosidad ver al legendario Max Verstappen. Aunque ahora mismo no parece la gran cosa.

El otro chico se acercó y también se agachó frente a él.

—Ciertamente no.- extendió una mano y sacudió bruscamente la cabeza de Max para quitarle el pelo de la cara.—Aunque es bastante guapo.

—¿Aún no se despierta del todo?- preguntó el tal tipo tratando de hacer contacto visual con él.

—Parece que no. John le dio más somnífero del necesario así que aún debe estar aturdido.

Max se iba ubicando poco a poco en la situación. Sabía que estaba amarrado en una habitación sospechosa, lo último que recordaba era haberse despedido de Checo y Carlos en el baño y cuando salió...no recordaba claramente, lo único que le venía a la mente era una mancha blanquecina.

En ese momento John entró a la habitación y lanzó el teléfono sobre una mesa que había por ahí. Max reconoció enseguida la mancha de pelo blanco en sus recuerdos. Ahora ya sabía lo que le había sucedido.

—Ya he hablado con los del anexo.- dijo John dejándose caer sobre uno de los sillones.—Les di hasta el mediodía para que trajeran a Charles.
Al escuchar esto Max alzó la cabeza de repente provocando que James pegara un brinco y dejara caer la navaja.

—Serás inútil.- Le dijo el otro chico y agregó mirando a Max—¿Algo llamó tu atención?

—¿Qué quieres?- la voz de Max sonaba reseca y cansada.

—¿Sabes? Me han preguntado mucho eso últimamente- le contestó John sin mirarlo—Es simple. Solo quiero terminar lo que me encargaron.

—¿Aún sigues con eso?

—Y seguiré. Un encargo es un encargo. Hay una cosa llamada lealtad ¿sabes? Ese es un concepto que tú nunca entendiste muy bien al parecer.

—Si tu problema es conmigo deja a Charles en paz.

—Veras, ahí es donde radica el asunto: Yo no tengo ningún asunto pendiente contigo. Sí, me diste la paliza más rotunda que me han dado en la vida. Pero no fue la única. Me importa un carajo que me hayas sacado la mierda a tubazos. Yo te hubiera hecho lo mismo de ser necesario.

El anexo; Lewstappen. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora