12

234 33 1
                                    

Carlos entró a su sala de prácticas con una expresión absolutamente fastidiada. Se quedó parado en la puerta y buscó con la vista. No tardó en localizar a su objetivo.

—Ey, tú. Lando.

El aludido estaba en una esquina estirándose. Alzó la vista al sentir su nombre pero los colores se desvanecieron de su rostro al darse cuenta de quién era el que lo estaba llamando. Las vistas de los otros cuatro chicos que había en el salón se desviaron de repente hacia la escena. Cualquiera pensaría que Lando estaba a punto de ser reprendido hasta por haber nacido y no era para menos, la expresión de Lando lo decía todo. Sin embargo Carlos le hizo un gesto con la mano, convidándolo a salir con él. Lando quiso obedecer, pero estaba paralizado. Solo se quedó ahí, sentado con las piernas abiertas y las manos sobre las rodillas. Carlos lo miró contrariado para finalmente entrar el mismo al salón y caminar hasta donde estaba Lando, que si pudiera atravesar la pared de seguro lo hubiera hecho. Carlos se agachó entre sus piernas y quedó a su altura.

—¿Eres sordo por alguna casualidad?- le preguntó una vez que se le acercó lo suficiente como para que los demás no escucharan la conversación.
Lando negó enérgicamente mientras tragaba en seco.

—¡No, Carlos!

—¿Entonces por qué no me respondiste?

—Porque yo... es que...- de repente inclinó su cabeza hasta casi tocar el piso con la frente—¡Lo siento mucho, Carlos! ¡Es culpa mía! ¡Yo traté de detener a Oscar pero no me dio tiempo! ¡El salió como un loco! ¡Yo...yo...!- las orejas de Lando habían adquirido un tono carmesí y parecía a punto de romper en llanto.

—¡Woah! Cálmate- Carlos lo detuvo y lo obligó a alzar la cabeza—Este niño, por Dios. No vine a regañarte.

—¿No?- la expresión de Lando se tornó un poco esperanzada pero enseguida esbozó su desconfianza.
—¿Entonces qué quieres?

Carlos sonrió sin poder evitarlo.

—Vine a disculparme. Ayer te traté muy mal sin ninguna razón. Lo siento.- Lando abrió los ojos, no podía creer que el mismísimo Carlos Sainz se estuviera disculpando con él.

—Pero nada de lo que dijiste era mentira, Carlos. Sé que te molesto.

—No te voy a negar que me irritas un poco pero eso no es culpa tuya.

—¿Ah, no?

—No, son cosas mías. En serio, tú no tienes por qué recibir y aguantar mis quejas como lo hiciste. Deberías haberme pegado hasta zafarme un par de dientes.

Lando sonrió por primera vez frente a Carlos. Su sonrisa era completamente inocente y pura, y estos eran rasgos que el joven Sainz sabía identificar muy bien. Tal vez Oscar sí tenía razón. Tal vez si era posible que este chico se hubiera echado a llorar después de lo que le dijo.

—¿Cómo te voy a golpear?

—En serio. Si lo hubieras hecho no me habría quejado. Yo me lo merecía.

—No, si te hubiera golpeado las cosas hubieran quedado muy feas entre nosotros. Además yo no me enoje. Solo me puse triste.

—Entonces, ¿Todo lo que dijo Oscar es cierto?

Lando lo miró con rostro interrogativo.

—Lo de que me idolatras y solo querías que yo te reconociese. ¿Eso es cierto?

—¡Si! ¡Claro que sí! Desde que ingresé aquí y te vi bailar pensé ''Wow, ese tipo es increíble'' y quise ser como tú, por eso me esforzaba mucho. Pero parece que solo conseguí lo contrario.

El anexo; Lewstappen. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora