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Lando miró su reloj una vez más. Ya llevaba más de veinte minutos sentado en la habitación de Carlos. Sentado y encerrado. Por alguna razón Carlos le había pedido que se quedara ahí y había cerrado la puerta desde afuera. Decidió esperar tranquilamente, aunque no entendiera bien lo que estaba sucediendo. Entrecruzó los dedos de sus manos y las movió de un lado a otro para desentumecer sus articulaciones mientras miraba alrededor. Nunca había estado en la habitación de Carlos antes. Tenía ganas de revisar un poco pero le daba miedo que alguien fuera a entrar y lo sorprendiera husmeando. Se contentó con lo que podía ver desde donde estaba. Supuso que la cama sobre la cual estaba sentado era la de Checo, pues alrededor solo había libros sobre biología, papeles, e incluso un par de piedras de esas que se recogen cerca de la costa. Se puso de pie y continúo estirándose. La otra cama estaba completamente destendida, con las sábanas enredadas y la almohada en el suelo. Reconoció la ropa que Carlos traía puesta el día anterior entre las que estaban en el suelo. Por lo demás la habitación estaba bastante ordenada, al menos más que la suya. Los escritorios estaban organizados y no había basura en el piso. Su propia habitación solía estar llena de restos de comida, envolturas y cualquier otra cosa que se pudiera tener desordenada.
Volvió a mirar su reloj. Habían pasado tres minutos más. Volvió a acercarse a la puerta y la intentó abrir. Nuevamente el mismo resultado. Se rascó la cabeza empezando a preocuparse. Tal vez la puerta estuviera atascada o algo así. Forcejeó un poco más con el manubrio y al no lograr nada, decidió usar la fuerza bruta. Retrocedió unos pasos y colocando su brazo derecho sobre su pecho decidió usar su hombro para abrir la puerta. Justo cuando iba a hacerlo, el cerrojo cedió y Carlos entró en la habitación, observando atentamente la curiosa postura de Lando.
—No deberías hacer cosas así. Te lastimarás el hombro y eso no es bueno para ti.- le comentó descuidadamente mientras volvía a cerrar la puerta.

—Carlos. – Lando volvió a pararse normalmente.—¿Qué sucede? ¿Por qué me dejaste aquí? ¿No vamos con los demás?

—No.- fue la escueta respuesta de Carlos. Lando lo miró extrañado.
—Ya le dije a Oscar que ni tú ni yo íbamos a ir.

—¿Y Oscar no dijo nada?

—No.

—Vaya. Yo quería ir a casa de Lewis.

Carlos se acercó a él.

—¿Es eso todo lo que tienes en la mente?

Lando retrocedió instintivamente.

—Carlos...

—¿No estas ni siquiera un poco nervioso? Estamos solos en mi habitación.

Lando pareció darse cuenta de la situación en ese instante. Sus labios se separaron un poco y miró a su alrededor, sintiéndose repentinamente incómodo. Carlos se acercó más a él y agarrándolo por una muñeca impidió que Lando se volviera a alejar.

—Carlos. ¿Qué haces?

Carlos metió una mano en el bolsillo trasero de su pantalón y sacó la llave de su habitación. La puso frente a los ojos de Lando que la miró, confundido.

—Esta es la llave de este cuarto. La puerta está cerrada.- le dijo Carlos volviendo a guardar la llave, esta vez lo más profundo que pudo en su bolsillo delantero.—Por lo tanto, no vas a salir de aquí hasta que yo te lo permita.

Lando comenzó a sonrojarse. No entendía porque la actitud de Carlos había cambiado de repente, se sentía como antes de que se hicieran amigos, su voz era áspera y su mirada penetrante. Aún así había algo distinto. El agarre sobre su muñeca era firme pero no doloroso, la forma en la que tiraba de él para que sus cuerpos se acercaran, la velocidad suave que usaba para hablarle, todas esas cosas eran distintas.

El anexo; Lewstappen. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora