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Cuando tocaron a la puerta de su habitación Checo casi pega un brinco. Estaba absorto leyendo una revista de biología marina y como de costumbre se había abstraído a su propio mundo olvidando casi por completo dónde estaba y qué estaba sucediendo. Recordó entonces de quién se trataba y se emocionó más de lo necesario. Había esperado con ansias ese momento. Era hora de dar comienzo a su nuevo experimento.

—Ah, Charles. Pasa.

Abrió la puerta con una leve sonrisa, tratando de sonar lo más hospitalario posible. Analizó cuidadosamente a Charles mientras este entraba silenciosamente en la habitación. Lucía como de costumbre: ropa demasiado grande para su delgado cuerpo y el cabello cayéndole sobre la cara. Pero Checo sabía lo que tenía que mirar, y no era precisamente la ropa, aunque valía la pena anotar que desde hacía unos días su estilo había cambiado un poco pero ahora parecía haber vuelto a la normalidad. No, Checo se fijó en su rostro, la mirada inexpresiva de siempre hoy lucía un poco abatida, los labios estaban un poco enrojecidos, señal de que se los había estado mordisqueando, su lenguaje corporal era extremadamente reservado, sujetaba el bolso con ambas manos... algo le pasaba.

—Carlos no está aquí. Se fue a practicar por la mañana. Pero yo hablé con él ayer y me dijo que lo mejor sería que compartiéramos mi cama porque él se mueve mucho y tiene el sueño ligero. Espero que no te moleste...- dejó la frase inconclusa obligando a Charles a contestar.

—Está bien...- su voz sonaba más ronca de lo normal.—...no me molesta.

—¿De verdad? Genial, me preocupaba que fueras a estar un poco incómodo conmigo. Nunca hemos intercambiado más de dos palabras así que estaba un poco ansioso.

Charles lo miró sin deshacerse de esa cara inexpresiva.

—No te preocupes. De todos modos soy yo el que está invadiendo tu privacidad y molestando.

—Para nada Charles. No nos molesta en lo más mínimo tenerte aquí. Puedes poner tus cosas donde más te guste. Aunque no hay mucho espacio.

Charles se adentró en la habitación y colocó su bolso entre las dos camas. En ese momento pareció notar por primera vez todas las peceras de la pared y se quedó mirándolas por un momento. Parecía hipnotizado por el movimiento de los peces y las algas, su expresión se suavizó tanto que parecía una persona distinta.
Checo lo miró también, quizás con la misma cara embobada. Le encantaba esa sensación. La sensación de tener un hermoso espécimen para estudiar, quería conocerlo por completo y quedarse horas y horas mirando cómo se movía, como se desenvolvía en su medio. Había deseado hacerlo desde su primer año, y ahora lo tenía ahí, frente a él. El espécimen más cautivador  que había visto.

—¿Te gustan?- se había acercado a él sin que se diera cuenta, su voz hizo que Charles pegara un pequeño brinco. Se volvió ligeramente para mirarlo por encima del hombro, Checo pudo ver sus dientes. Estaba sonriendo.

—Son lindos... Tienes muchos. ¿Te gustan los peces?

—La mayoría son tareas de las que no me pude deshacer. Ni siquiera tienen nombres. Pero me gusta cuidar de ellos y ver lo que hacen. Además siempre he pensado que las peceras son relajantes.

Charles asintió volviendo a mirar hacia los peces sin dejar que la suave sonrisa se apartara de sus labios. Se subió a la cama y cruzó hasta el otro lado para poderlos ver más de cerca. Se agachó y comenzó a mirar todas las peceras de una en una, golpeando de vez en cuando el cristal con la punta de sus dedos para hacer que algunos pececitos se movieran. Su sonrisa se volvió más amplia, incluso hacia algunos sonidos bobos. Checo se sentó sobre la cama con los pies cruzados y se puso a mirarlo. Había un amplio silencio entre los dos pero no se sentía raro, cada uno estaba concentrado en algo.

El anexo; Lewstappen. AUDonde viven las historias. Descúbrelo ahora