(12) Walpurgis, detrás de las madreselvas

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[glosario]

Sorry, I...: Perdón, yo...

Int it?: Expresión usada para reforzar lo dicho anteriormente por una persona. Equivalente a un ¿verdad que sí?  o ¿tú crees?

[fin del glosario]



       Ahí estaba.

       Hurley Crimson.

       Vistiendo un holgado suéter de un tono crema, el cual le quedaba enorme por varias tallas; navideño el suéter, a juzgar por los mal combinados y chillones patrones de colores a la altura de los bíceps y el pecho. En apariencia, dicho pulóver, había sido desenterrado de algún armario que probablemente no era el suyo en un inicio. Las desnudas rodillas, pudo vérselas porque no vestía pantalones. Y descalza no estaba. Cubríase los pies con unas babuchas en color malva de aspecto suave y esponjoso.

       Dejáronla sin voz, a una, esos sus pulmones de los que, sumido en la más absoluta nada, olvidóse su cerebro. El pasmo de mudamélie tornóle encarnadas las mejillas a la crecida muñecaduende. A pesar de ello, ella no se arredró pues exclamó, en dirección al corredor:

      —¡Amélie no era muda! ¿Segura que es la persona que dices que es? —Surgió Ayla desde el arco de la sala, y asía por las orejas, en precario equilibrio, un par de humeantes tazas de desvaída, azulada porcelana.

      —Ah, dinnae ken. Lo único seguro, según pude inferir, es que ella se moría de ganas de verte.

      —Sorry, I... —Coquetearon en danza, dos tazas, por entre los manos de la actual muñecaduende y de mudamélie, hasta que quedaron huérfanas sobre la repisa de la chimenea. Se adelantaron ambas a rodearse con los brazos, y la dicha era mutua—. De verdad eres tú —No le faltaban dientes a su casi gatuna sonrisa abierta. No digamos ya, pensó azorada, Amélie, harto encanto.

       —Aye! ¡Y tú ya no eres esta wee thing de antes! Te has vuelto toda una moza —Si no le mentía el rabillo del ojo a la otrora wee thing, Ayla se estaba marchando para dejarlas a solas.

       —Bueno, será que me comí todos mis vegetales —¿Por qué la ponía tan nerviosa el contento de su rostro? Fue entonces que, al hacerlo tan consciente, a cierta joven afloróle abundante sangre bajo la epidermis de la punta de las orejas—. ¡Es genial verte después de todos estos años!

       —Int it? Es una delicia. ¡Y sigues poniéndote como Marte! Qué recuerdos.

      Tomó la anfitriona su taza de encima de la repisa de la chimenea y fue a arrellanarse al sillón con los tobillos cruzados. Turbada, la otra, ¡porque no iba a mirarle las piernas!, se gritó en silencio, púsose a analizar con fingido interés a esas las volutas de vapor que surgían desde la boca de la suya propia.

       —¿Sí te gusta el té, moza? —Hurley dejó escapar otra risa ante la mueca involuntaria, incredulidad mal disfrazada, que dominó el semblante de su invitada en cuanto probó la infusión—. Yo lo aguanto, pero disculpa que no tengamos un poco de azúcar para disimular esta bazofia de té que mi hermana prepara.

       —¡No, no! —Amélie negó energética con la cabeza y alzó la palma libre al frente—. No quise... ¡Voy a bebérmelo sin hacer caras, lo prometo!

       Bebería una, su segundo sorbo de té, soltaría la risita la otra... Tampoco podría enojarme contigo, sé que no estás riéndote de mí de mala fe, pensó Amélie cuando el gusto del té malo en su lengua le pareció, había mejorado con tan solo una pizca de humor en rojo cobrizo, ¿por qué estás así de lejos, moza?, ven, siéntate conmigo que no muerdo, pidió ella con enronquecida suavidad y la otra ella, la vacilante junto a la chimenea sin llamas, llegaba pues en dos zancadas a su lado y, para no sentirse rara, se apresuraba a darle otro sorbo a su té... Te queda bien esa coleta, díjole Hurley de repente, y el delicado rubor que comenzó a extendérsele por las mejillas la hizo decir nada más, se quedó con la boca entreabierta y g-gracias, respondió Amélie con un hilo de voz porque la muñecaduende estaba cerca, tanto, que casi podía contarle todas las pecas que tenía en el ovalado rostro, podía verla, la veía, y le parecía, no terminaría de verse nunca al espejo de sus ojos, aquellos ojos de llama de la Antártida de los que fascinadamélie volvía a pensar, silenciosamélie la del ala agitándosele dentro del estómago, el pecho, ¿sería el pechoestómago?, hacían juego con aquella su sincera dicha abriéndose paso desde los rosados labios.

[B3rm3llon]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora