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(J)Beso de oveja

        La capa de estiércol y composta hizo maravillas. Las vueltas con el motocultor despabilaron su espíritu. Con el suelo arcilloso hubo que hundirse hasta los codos para hacerle brotar del interior la belleza.

      Sobre el hermoso jardín, nadie se atrevería a imaginar que fue un hijo rebelde y, en ocasiones, bastante malagradecido.

«No pienso dejarle intimidarme», te aseguró ella durante alguna de aquellas etapas de infértil calvicie terrenal, «en el fondo no es realmente un matón, solo necesita un poco más de cariño».

      Ahí lo tienes: tu maw tuvo razón e hizo un soberbio trabajo con él. Domada su evitativa y arcillosa naturaleza, el jardín consentido por las manos de tu maw ostenta con presunción, desde una de las tres camas construidas por Oleg con madera de pino, sus abundantes crestas de lirios del rey y atildadas azucenas blancas.

       Cuando plantaron juntas las semillas de lirios, recuerdas, dándole un sorbo a tu café con leche, te sentiste un poco culpable porque, para tus adentros, pensaste que morirían bajo la tierra en menos de una semana.

       ¿Cómo no iba a ser así?

       Tu experiencia dicta que las liláceas son flores hermosas, angelicales, sí, pero delicadas. Se vuelven de algodón ante los vientos fuertes. Que el sol les dé directo puede lastimarlas e incluso matarlas, y eso ya es bastante malo para una planta que parece sentir una especial fascinación por morirse de cualquier causa.

       Muerdes la porcelana de la boca de tu taza, antes de apurar otro sorbo.

       Quizás solo eres torpe. Las flores no se mueren porque sí y seguro aún te queda mucho por aprender al respecto del cuidado de los lirios y azucenas. A lo mejor la culpa no la tienen las frágiles liláceas, su perfume tan fragante gracias a la bondad y acción de la luz del sol sobre sus gráciles anatomías. Las flores sienten las intenciones de la gente y puede que, con los años, la energía que desprendes se haya cargado de cinismo. Ahora que ves lirios no piensas en verde, vida ni crecimiento, sino en tu tía, tu muerta tía Lily. En cada lirio y azucena floreciendo desde la tierra fecunda ves agujeros, pérdidas que todavía no asimilas y un libro compuesto por una misma página repetida hasta el cansancio. La taza en tu regazo se ha quedado vacía y tú, no puedes evitarlo, es una mala costumbre tuya que adquiriste hace años, evocas, con un retortijón en el estómago, a la tempestad que a hierro huele.

       Detente.

       El día es lindo, es demasiado temprano como para que comiences a arruinártelo, in it? Además son vacaciones. En dos días, tú y tu familia se marcharán a Brighton. Por no hablar de que te propusiste que no dejarías que nada, ni siquiera eso, te impidiese disfrutar de tus días de asueto.

       —¡Cielo, el desayuno!

       La buena de tu maw no ha permitido que toques ni un plumero. Ella quiere que descanses. ¿Tú? Ni de coña te has atrevido a decirle que lo que menos quieres es verte hundida en la inactividad de la ociosa chica universitaria que ha vuelto a casa por las vacaciones de fin de curso. Por desgracia, tú, la pésima hija, no tienes alternativa. No puedes privarla de una de las escasas alegrías que puedes darle, odiarías que la montaña de tus rechazos crezca en altura con una roca más. Ayla se casó hace un año, Oleg se mudó a un departamento hace dos, y tú... Hasta el día de ayer, con tu maw has seguido igual de tierna que una vieja cáscara de nuez.

       —¿Hurley?

       Oleg te halla sentada, descalza y en pijama, en la silla hamaca de colores brillantes que tú misma, hará cosa de tres años, ayudaste a elegir en la tienda. La silla hamaca es uno de tus refugios favoritos para cuando hay más ideas que espacio en tu cabeza y de eso él está seguro, pese a que de la razón de tus pétreos mutis jamás hayas dejado escapar ni una palabra.