[glosario]
Polpette/Polpetta: Albóndigas/Albóndiga.
Ma che cazzo?: ¿Qué demonios?
Oddio, la scuola!: ¡Dios mío, la escuela!
Mannaggia a me!: Similar a mannaggia a te, significaría ¡que me maldigan!
[fin del glosario]
Aunque había asegurado que detestaba el silencio, Hurley lo honró durante todo el trayecto de regreso hasta la calle Peartree. Pese a que la distancia del café a la casa era corta, Amélie estiró los dedos hacia el panel del tablero. La música, que peleó a aguerridas puñadas con el silencio, no consiguió desvanecer con sus esfuerzos al secreto eco de unos íntimos sentimientos.
Frente al salvajito jardín, la primera bajó de la cabina.
Permaneció la segunda en el Jaguar. Si acaso la había herido con su confesión, no lo sabía y temía preguntarlo.
Y entonces, bajo la escasa luz nocturna, Hurley se dio la media vuelta. Miró. Siguió mirando, hasta conseguir que la telepatía existiese por breves segundos. «Baja», supo Amélie, «ven conmigo», decía.
Pero en la entrada, frente a la boca del oscuro corredor, volvería una a dudar y los dos brazos de la otra se le cerrarían en torno a la cintura para remolcarla dentro.
Desde la oscuridad que olía a gato, sofocante atmósfera de olvidadas brasas, se alzó su voz:
—El día no ha terminado, moza. ¿Ves la tele conmigo? —La luz del corredor se encendió y Amélie alcanzó a verla desapareciendo por el arco de la sala, rumbo al interior. La vio abrir la ventanita; sus manos descorrieron la cortina de aquella, la ventana que no era una buena ventana—. ¿Puedo tomar que me has seguido como un sí? En lo que aparece ese gato come lenguas, por favor siéntate. Vamos a morir asfixiadas si no me hago cargo del desastre de la chimenea.
Juntos los muslos, el gato saltándole al regazo, Amélie se sentó. El batiente mal cerrado de alguna lejana ventana, por el viento, se golpeaba con repetitivo ritmo y el sonido de un cubo metálico, llenándose de agua en la parte de atrás de la casa, llególe hasta los oídos.
—¿Ya recuperaste la voz?
El gato saltó hasta el techo y se perdió de vista en dirección al pasillo. La del gato huido negó con la cabeza, chisporrotearon las brasas en el hogar. Hurley, quien se había despojado del ponchoabrigo, dejó el cubo vacío sobre la moqueta.
Amélie tragó saliva; habiéndolo hecho, notó cuán pungente era el nudo en sus cuerdas vocales. Podía ser que aquella tormenta pasada de su pecho, desesperada por hacerse entender, le hubiera querido decir que se volvería una con el mar.
«Solo tengo miedo de hablarte de lo que siento», pensó al verse incapaz de controlar el inquieto abrecierra de su mano, y dejó se le escapara un desfallecido jadeo al sentirse acompañada por ella en el dado de sí sofá. Y es que más allá del orín de gato, los rescoldos revueltos o la tierra mojada de los cimientos; por debajo de la cítrica nota de salida, y la floral de corazón... Mudamélie paladeó una azucarada fragancia de quemada cera de vainilla. A la manera de los perfumes, existía un fondo: la nota de fondo de Hurley.
Al accionarse la perilla de encendido del televisor de bulbos, éste emitió unos chisporroteos y su resplandor fue a iluminar la semipenumbra de la sala de estar. La del sillón estudió la figura de su compañera, recortada por la nevada de estática en la pantalla.
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[B3rm3llon]
General FictionAmélie Simone Batrezzio, de dieciocho años, ha superado sus problemas y conflictos de cría porque aprendió a no pudrirse por dentro con las palabras no dichas. Dejó de creer en el infierno del lore católico al que, en su infancia, pensó que iría por...