Cap. 8: El pueblo del árbol Central

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Amelia y yo al fin habíamos tomado rumbos separados, y yo decidí continuar mis viajes con rumbo a la próxima capital de la confederación, Odovia. Una nueva energía se presentaba en aquella joven, alegre, lista, bella y carismática Emma Wright; un nuevo y mejorado espíritu de aventurera fluía por mi cuerpo. Una chica radiante, hermosa y llena de entusiasmo se preparaba para su nueva aventura. Se preparó tan bien que terminó empapada en una aldea desconocida durante el año tres mil quinientos quince.

"¿Cómo ocurrió eso?" Te estarás preguntando. Bien, para explicar ese hecho, hay que remontarse a unos días antes del suceso. Tras el impresionante festival, salí de Ruth con las caravanas que me terminarían de sacar definitivamente de la sierra. Asada bajo el poderoso calor del verano y congelada por el horrendo frío de las noches montañeses y luego de varios días repitiendo esta rutina, llegué a una localidad bastante linda.

Era un pequeño poblado oculto al final de la cordillera Sagoria, una rama de la cordillera central aunque de menor altura. Erelsa, el cual era su nombre, era una pacífica y diminuta aldea de casas construidas de adobe y teja principalmente. Un pueblo de no más de doscientas personas y un enorme árbol al centro que se alzaba sobre todas las casas de una manera magistral e imponente pero a la vez benevolente.

Pero más allá de su tranquila y vieja apariencia, esta aldea guarda una historia bastante curiosa en relación de su árbol.

Antes de llegar al lugar, escuché de la historia que desde que ese pueblo se había fundado, hace más de trescientos años aproximadamente, los pobladores adoptaron la creencia de, cada cierto tiempo, pedirle algo a este árbol, algo que desde lo profundo de tu corazón amases. La historia decía que si la condición se cumplía, este mágicamente te mostraría o devolvería, en caso de ser material, lo que pediste en el pasar de los días.

Realmente era algo increíble esa historia. Por eso, pese a la advertencia de Amelia, mi caída en Landers y mi decepción por haber tenido una historia no tan interesante, decidí aventurarme al poblado. Sí, no había aprendido nada hasta el momento.

Aquel día empezó como cualquier otro día veraniego, el sol brillaba con toda su fuerza, la brisa era placentera y todo pintaba que sería perfecto. Sin embargo, el cielo se comenzó a nublar de un momento a otro, y, para cuando llegué al pueblo, ya la tormenta había convertido a las calles en riachuelos, imposibilitando el que los caballos hayan querido entrar a esta.

Trate de buscar donde hospedarme rápidamente, pero, al estar completamente mojada, los dueños de la posada local no me permitieron entrar a ella, me rechazaron diciendo: "Busca ropas más decentes, ¡Vagabunda!" Esas son palabras que me resultan difíciles de olvidar, ¿Cómo pude ser comparada de tal manera tan deplorable?. En fin, luego de haber sido rechazada en ese lugar eso, no me quedo de otra que sentarme bajo un balcón, mojada, con frío hasta en los huesos y esperando algún milagro que me sacase de ese infierno invernal.

Toda esta introducción nos lleva al punto inicial, Emma Wright empapada durante la tormenta en el alejado poblado de Erelsa.

"Realmente era necesario el haber venido aquí" fue uno de mis pensamientos, y ya que en frente mío tenía al dichoso árbol, le pedí me ayudase con ese ligero problema. Tan pronto como pensé en eso, una mujer abrió las ventanas y me gritó:

—¡Entra rápidamente!

Sin pensarlo dos veces, entré al hogar, y dos niños me recibieron con unas toallas para secarme.

—Discúlpenme por molestarles, muchas gracias por recibirme. —Le dije a la chica, quien se veía de la misma edad que yo.

—No hay molestia alguna. Puedes quedarte hasta mañana, y si gustas puedes bañarte también, te puedo prestar mis prendas. —Dijo con una bella sonrisa. —No me presenté, perdón. Soy Sina, mucho gusto, ¿Cómo te llamas?

Diario de una viajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora