Cap. 26: Relato invernal

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El invierno, la estación que da fin al año, en la cual la nieve cae y al cubrir con su manto todo a su alrededor, finalmente el brillo del mundo muere. Algunas personas aman al invierno, ellos aseguran que es cuando el amor más florece —irónicamente, las plantas mueren en esta etapa— puesto que el frío arroja a las personas hacia las llamas de la pasión; otras personas, como yo, tenemos otro punto de vista sobre dichosa estación, para mí, el invierno representa la etapa más melancólica y en cierto grado, triste del año. Mientras que durante en el otoño el sol llega a brillar tenuemente sobre las nubes, calentando levemente, durante el invierno, el mismo desaparece, dejando un tortuoso y eterno frío a su paso; en la primavera, todo está vivo, los animales corretean y se siente el aire de felicidad; por su parte, el invierno solo trae una melancólica desolación, junto a heladas ventiscas y nieve a por montones. E incluso el mismo verano, que aunque sea agobiante con su sol, compensa todo esto con la brisa del viento y algún antojo helado, ¿Y qué tiene para ofrecer el invierno? Una humareda a causa de las chimeneas y café caliente, el cual por cosas de la misma vida, no soy capaz de beber.

Estas y muchas otras causas son las razones por las cuales existe mi desprecio a la susodicha etapa del año, sin embargo, aquella vez me había decidido que, a pesar de la nieve y el frío, disfrutaría de mis viajes en tal etapa, y fue así que me afané a buscar aventuras en las ciudades más importantes, pues estas mismas serían las que me protegerían de aquel gélido clima, una de todas estas historias, se desarrolló en la ciudad de Alessia, semanas luego de haber estado en el pueblo de Antonio y Natalia. Esta urbe, perteneciente a Cretia, fuera de la confederación, era conocida por su lago que cubría los alrededores amurallados de la ciudad, e igualmente por sus pintorescos "jardines de primavera", vale hacer la aclaración que no puede disfrutar de ambos lugares en su esplendor por un asunto blanquecino, pero, pese a los contratiempos, tenía impregnada la idea y el positivismo, de que, pase lo que pase, no iba a dejar que el invierno me quitase los ánimos de viajar, sin embargo, terminó por hacerlo.

Mi partida de aquella ciudad estaba programada para unos dos o tres días después de haber llegado a la misma, sin embargo, para mi desdicha, aquel prematuro invierno estaba desalentando a las ya casi inexistentes caravanas y trenes civiles para partir, ya que la nieve cubría carreteras, rieles y todo lo que tuviese en su camino. Manteniendo mi optimismo, pensé que aquel infortunio solo se prolongaría por una semana, y ya luego podría partir, por lo cual amplié mi estadía en la posada que me encontraba a cinco días extra, pero llegó el día que supuse terminaría todo, y en ese momento me topé contra una fatídica noticia: La ciudad de Alessia se encontraba en estado de riesgo por la poderosa nevada, solo se permitía hacer salidas por motivos de suma urgencia, médica, por ejemplo; o para suministro de alimentos. Por primera vez, me encontraba presa dentro de mis andanzas.

—Serían veinte más por cada día que pase. Y déjeme decirle que le soy generoso, señorita. —Alegó el cobrador de la posada al pedirle que me dejara hospedarme más tiempo. Veinte era el precio por el que había pagado aquellos cinco días, y cobrar eso cada uno que pase me pareció una completa estafa.

—No puedo pagarle esa cantidad, es absurdamente grande. ¿Y si me quedo encerrada en Alessia un mes? ¿Con qué comeré? Explíqueme por favor. —Reclamé desesperada por la situación que aquel hombre quería tenderme, pues no existían muchas posadas a los cuales ir, y él era consiente de aquella situación.

—Yo también debo comer, ¿De dónde voy a sacar dinero para mi familia si usted es la única que está aquí? Nadie va a venir a esta ciudad en semanas. Reciba la pauta y se puede quedar hasta que muera si le da gana.

—No. —contesté tomando mis cosas. —Extorsione a su familia si gusta, porque así duerma en una plaza, no estaré aquí. —Acto seguido, dejé las llaves de aquella habitación sobre el mostrador y salí de la posada.

Diario de una viajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora