Cap. 24: Una agridulce emoción

27 6 44
                                    

El amor, una hermosa desgracia en la cual todos nos vemos envueltos. Así de sencilla es mi descripción sobre el sentimiento principal de las personas, porque quieras o no, tú, como humano, amas a algo o alguien, y eso no está mal, pues es gracias a este conjunto de factores físicos, emocionales, mentales y espirituales, que nosotros podemos conocer tanto el paraíso como la mayor tortura existente, el mal de amores.

Mis viajes no hicieron nada más que darme la razón sobre esta idea, pues muchas personas viven momentos de felicidad absoluta por causa del amor, y, sin embargo, alguien, al lado de aquel tórtolo ilusionado, puede estar pasando por el peor momento de su existencia, todo esto por causa de una sola emoción extremadamente poderosa. Algunos aman amar, y otros lo ven como una enfermedad, yo, por mi parte, le tengo curiosidad, e incluso, teniendo en cuenta tal dualidad de emociones que puede generar el romance, no deja de fascinarme el cómo mueve a todos en el mundo a hacer lo que no harían siendo cuerdos.

Durante siglos, el romance, junto a las culturas humanas, han ido evolucionando y tomando mil y una caras, cuyas interpretaciones dependerán en su totalidad de dónde, quien, como y cuando se vean. Para poner un ejemplo: La visión del amor es diferente entre un romántico actual, cegado por los sentimientos, cuya concepción es meramente sentimental y pasional; a la de un hombre oriental de hace dos o tres siglos, quienes veían en amar a todo y todos, la verdadera "divinidad". La evolución del pensamiento humano ha llevado al amor de un simple término para referirse al aleteo de mariposas en el estómago, hasta convertirlo en todo un concepto filosófico, y una necesidad biológica como tal. "Dar y recibir amor".

La historia que contaré está estrechamente relacionada con lo que es el amor, y gira en torno al amor, pero en su tono más melancólico, y doloroso, el mal de amores. Este término que recibe mil y una expresiones se resume en lo siguiente: "El sentimiento de tristeza y vacío generado al perder a quien se ama, ya sea por ruptura o la muerte del mismo". Es increíble la cantidad de personas a las cuales el amor lleva a sufrir, entre ellos, el de la historia que a continuación he de relatar.

Al llegar al poblado de Açequias, cansada por tanta caminata, Ádila se dignó a especificarme en que parte del pueblo vivía, ¿Y cuál era específicamente tal sitio? En nada más y nada menos que un finca a otra hora y media del pueblo. Luego de oír eso, le dije cansada que dormiríamos en alguna posada y al día posterior partiríamos antes del amanecer, a lo que ella, sin miedo alguno, aceptó, por lo cual, partimos en busca de una. Llegamos a una simple, pero bella casa de tapial techada que ofrecía hospedaje. El lugar tenía un patio al centro con una mesa de madera tallada, mesas y un fogón; en cuanto a la habitación, no era más que una cama con dos mantas gruesas, una almohada, una mesa con silla y una ventana que solo daba al patio. La dueña del establecimiento nos pasó amablemente al cuarto en el cual dejé mis cosas, me cambié y revisé si tenía algo con lo cual vestir a Ádila. Ya luego de dormir a la niña, otra chica más joven, familiar de la dueña de la posada, tocó la puerta para llamarme.

—Señorita, disculpe las molestias, ¿Va a querer un poco de café o "calentaíto"? —Preguntó tocando suavemente la puerta del cuarto. Para ser sincera desconocía que era el tal "calentaíto", pero por curiosidad, acepté.

—Sí, por favor. En un momento bajo.

Al bajar al patio de la casa, el frío de la temporada atacaba con todas sus fuerzas y la mujer se encontraba en el fogón calentándose junto a otras mujeres de edades varias. El olor del café parecía mezclarse con diversos matices dulces, como el del pan, y otro más, que aunque fuese agradable igual, parecía ser un poco más fuerte que el otro. De cualquier manera, bajé hasta el lugar para conseguir sobre aquella mesa los restos de un manjar que nunca pude haber imaginado, en ese fogón parecía hervirse el tal calentaíto anteriormente mencionado, mientras que en la mesa yacían cuadros de queso junto a un pan circular nunca visto por mis ojos y las tazas más lindas que llevaban en sí el café que acompañaban lo que había sido una cena de carácter familiar aparentemente.

Diario de una viajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora