Cap. 22: Kudina

58 7 36
                                    

 Libertad, una de las facultades principales que posee el ser humano, en la cual es capaz de elegir si obrar de una manera o de otra, o incluso, no obrar, pero volviéndose completamente responsable de los cargos generados. Es sin duda alguna, uno de los pilares fundamentales de nuestra sociedad, y de cada uno como individuo. Para algunos, la libertad se debe conseguir; para otros, es algo con lo que todos nacemos, y un grupo más afirma que la libertad es imposible de obtener para ciertas personas. En lo personal soy de aquellos que creen que se nace libre, sin embargo, esta, lamentablemente se puede perder con el pasar del tiempo.

"La búsqueda de la libertad" es un concepto presente en mucha gente. Para ellos, una vez perdida aquella facultad, uno es capaz de recuperarla mediante una determinada acción que demuestre que eres digno de serlo. Por ejemplo: Anteriormente, si eras esclavo y poseías alguna habilidad que a tus amos les interesara, te pagarían más, por lo que eventualmente pagarías tu liberación. Existen muchas otras maneras de lograrla, y no solo de la esclavitud física, sino la emocional, mental e incluso espiritual, quienes quedan presos de algo, deben oponerse a ello y luchar para recuperar su "libertad".

¿Y a que viene todo eso? Bien, Ereh consideraba que nadie era "libre" en las tierras del Kud, y que la única manera de vivir en plena paz, era fuera, contrario a Letif, quien pensaba que nunca se sería "libre" en la vida, seas kudino, alrente, cretio o lo que sea, siempre serías preso de algo, y lo único que podías hacer para salvarte de esto, era morir. Este choque de ideas, las llevó a discrepar en varias ocasiones, sin embargo, cada una obtuvo al final su idea de "libertad".

Por este motivo, Nadaj había mostrado un repudio a la idea del gueto, pues, ir a aquel lugar significaba volver al sitio del cual justamente había escapado, de donde había sido presa ella y su familia durante generaciones, cosa que repudiaba completamente, detestando en cierto punto su propia tierra natal. Por mi parte, tras la historia de aquel hombre, quedé preocupada por ella, pues indiferentemente de lo que le haya pasado, la veía como una niña que desconocía del mundo, cosa que otros fácilmente podrían aprovechar sin que se diese cuenta, por eso quería convencerla de ir al gueto.

Esta introducción sirve para contextualizar un poco los eventos ocurridos luego de visitar la gruta. Por mi parte, creía que era lo mejor para Ereh que ella viviese en aquel sitio, pues era un ambiente oriundo, y fácilmente se hubiese adaptado allí. Sin embargo, ella se negaba rotundamente, argumentando que no volvería a un sitio parecido al que por tanto tiempo odió. Aunque antes de encontrar al "vidente" no habíamos discutido, existieron pequeños roces, ya que al parecer pensaba, pero el verdadero inicio de los problemas, fue aquella pregunta.

—Entonces, ¿Temes de mí? Emma. —Preguntó Ereh tras oír las palabras del adivino.

—Claro que no. —Contesté algo temblorosa. —Solo quiero que estés a salvo, te estimo mucho, nunca temería de ti.

—Comprendo. —Respondió a secas. —Deberíamos ir al pueblo y dormir ya, es tarde. —Agregó sin darme la cara en ningún segundo.

Más tarde, luego de eso, nos dirigimos a hospedarnos en la posada de Giselle, y luego de llegar, cenar y hablar un poco con ellos, ambas fuimos a dormir, tristemente, como en las noches anteriores, no descansó Ereh. Se movía de lado a lado, suspiraba fuertemente buscando protegerse e incluso llegando a llorar, en el momento en que lo hizo, la tomé de las manos y traté de calmarla, intentando calmarla, y aunque se calmó por un momento, luego despertó, y yo nada más caí rendida por el sueño.

Pasaron los días, y todo siguió "normal", nada cambió, la idea de la gruta no había funcionado, una razón para que Ereh se haya sentido un poco decepcionada, y aunque era cada día más fría y distante a mí, todavía la acompañaba, pues le había prometido llegar a Delacia, y me sentía en la necesidad de hacerlo. El tiempo continuó pasando, y cada vez se mostraba más cansada y con un carácter más antipático, a su vez que en las noches, las horas de sueño disminuían, hasta el punto en el que volvió al estado en el cual la había conocido, con ojeras, unos ojos casi muertos y completamente desanimada, junto a eso una frialdad con la que pasó unos cuantos días, lo que, ciertamente, me preocupaba. Finalmente, decidí romper aquel "hielo" una noche en la que se despertó bruscamente a la una, cuando lo hizo, me levanté de mi cama, me acerqué y le pregunte:

Diario de una viajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora