Cap. 28: Peste insómica

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 Llegada a un punto de mi travesía, surgió en mí una de las pestes más mortales para la mente humana, la del insomnio, y agudizado por la monotonía del invierno, se volvió en la situación más dura que había afrontado en mis viajes hasta ese punto.

Fácilmente descrito como la ausencia del sueño, el insomnio priva poco a poco al hombre de la necesidad de descansar. Iniciando de manera física, sufrir de ella va generando fatiga, más tarde, cuando el cuerpo logra interponerse ante la potente vigilia, inicia un estado de calma física que sencillamente podría dar la impresión de haber logrado dominar la falta de sueño, sin embargo, de ceder ante este cebo, la peor de las etapas estaría por avecinarse, en la cual, por más fuerza física que poseas, la mente comenzará a corroerse internamente, confundiendo la realidad, descordinando los pasos e incluso, sufriendo de otra horrible peste, la del olvido, que termina por borrar no solo tus memorias, sino a tu mismo ser, y habiendo logrado disolver tu mente, se irá también el rastro de lo que alguna vez fuiste.

Mis antepasados temieron en su tiempo a la peste del insomnio, pues se pensaba que era un símbolo de malos augurios cada que algún miembro la padecía, siendo condenado al encierro por miedo a expandir aquella afección. Sin embargo, también es sabido que varios de quienes han relatado los diarios familiares, llegaron a sufrirla en algún momento de su vida, y fue gracias justo a sus escritos, que pudieron sobrevivir en la lucidez del encierro incluso con su mente debilitada. Algunas prisiones eran físicas como cuartos de encierro, donde ni la luz del sol podía llegar, ya que así se aseguraban que la oscuridad obligara a los ojos a dormir; mientras que otras llegaban a ser más mentales, los familiares tomaban al afectado como muerto y comenzaban a deambular por el hogar con un aspecto indiferente, dejando a quien sufría del insomnio totalmente alejado en cada aspecto de la vida. Estas opciones, pese a parecer completamente lógicas y razonables para curar la peste en ese entonces, solo derivaban en dos problemas mayores, la peste del olvido y del tormento.

Obviamente, si había atacado a todos los miembros de mi sangre, habría de tarde o temprano atacarme, para tratar de hacer que un nuevo miembro sucumbiese a la peste, y es por ello que siempre pensé en que haría cuando me tocase el momento de luchar contra ella, preparándome con lecturas y relatos de mis antepasados, pero cometí un fallo, creer que esta llegaría a afectarme en mis veintes o treintas, con una edad ya más adulta, pero sería durante el invernal asedio de la ciudad de Alesia, aún en aquel albergue, donde, sin previo aviso, comencé a sufrir los estragos del insomnio.

El día en que la peste me atacó fue como cualquier otro en tal lugar, no había mucho drama en ella que pudiese contar, un dia relativamente calmado, pero bastante frío, como de costumbre en esa temporada. Luego de haber comido, me dirigí a la habitación donde dormía y me senté un momento para leer un libro que horas antes me había prestado un señor algo anciano, aquellos escritos era una serie de relatos sobre un montañista y sus odiseas en varias montañas titánicas, interesante y atrapante. Nada más sentarme a leerlo, perdí la noción del tiempo, quedé desconectada del ambiente en su totalidad e inmersa en el mundo que aquella historia presentaba, como si por un momento, el libro me hubiese hecho salir de la realidad y una fuerza inexplicable me pedía a gritos acabar aquel escrito lo más rápido posible, y eso terminé por hacer, esa misma tarde.

Ya llegada la noche, y sin nada por hacer, me dispuse a dormir nada más apagadas las velas que iluminaban tenuemente aquella zona, sin embargo, pese a que poseía un sueño bastante pesado, no podía conciliarlo en aquella ocasión con la facilidad rutinaria de siempre. Al inicio no di tanta importancia al caso: "Es cosa de un rato, en unos minutos me duermo, seguro fue aquel libro" fueron mis ingenuos pensamientos, pues nunca se me ocurrió que fuese la peste insómnica la causante de aquel inconveniente, y terminé por culpar a la obra por agitarme la mente y no dejarme descansar, puesto que mis pensamientos eran dirigidos mayormente a aquella historia, pero una vez ya calmada mi cabeza, igualmente encontré esa incapacidad para descansar, aunque me encontrase con la mente totalmente en blanco, y en vez de lograr calmarme, comencé a frustrarme por no poder hacer algo tan simple como conciliar el sueño, empeorando todo el caso. Intenté por todos los métodos a mi alcance dormirme, comenzando por respirar hondo y exhalar para ralentizar la sangre, pasando por relajar todo el cuerpo para conseguir un descanso, inclusive intentando el método de las ovejas, pero era tal la peste, que entre oveja y oveja, creé el rebaño más grande jamás pensado, pero ninguna de ellas me quito el sueño, pero finalmente, en un punto lejano de la madrugada, terminé por perder el conocimiento de mi misma, lo que podría aparentar haberme quedado dormida.

Diario de una viajeraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora