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Manuel

—Palacios, ¿puede venir un segundo? Tengo que hablar con usted.

Mateo y yo levantamos la vista al profesor apagando nuestras risas que aunque eran lo más bajitas posible resonaban en toda el aula gracias al pulcro silencio de los demás.

Mateo se levantó de mi lado y fue a sentarse enfrente del profesor, en este momento me arrepentía de no haberle prestado atención a mi mamá cuando quería enseñarme a leer los labios, solamente veía al profesor pasando su mirada por Mateo y por mí, y a Mateo con la cabeza agachada y jugando con sus manitos, no sé que le está diciendo pero Teo hace eso cuando está incómodo y si este viejo de mierda le está diciendo algo malo le voy a pinchar las cuatro llantas del auto.

Palacios asintió una última vez a lo que le decían antes de volver con la mirada en el piso a sentarse al lado mío.

—¿Qué te dijo? —Teo se encogió de hombros y se sentó derecho en la silla.

—Que desde que me siento con vos no presto atención y que me fije lo que hago. —Dijo susurrando para que el profesor no lo escuche.

—Viejo pelotudo, banda de veces se hizo el poronga. —Teo seguía mirando al piso en silencio, yo sabía que su promedio en todas las materias le importaba mucho. —Eu, bombón, ¿querés que le hagamos alguna?

—No, no pasa nada, ya fue. —Yo asentí y me dediqué a quedarme callado para no meterlo en más quilombos, faltaban diez minutos para que esta clase termine y podamos pasar el recreo juntos hablando lo que quisiéramos sin que nos molesten.

El timbre sonó y yo largué un suspiro que tenía retenido inconscientemente, me di vuelta para hablarle a Mateo pero él se levantó y se fue rápido, ¿se habrá enojado? Está bien que era mi culpa que se desconcentre de la clase pero tampoco le puse un arma en la cabeza para que se ría de mis chistes.

Salí al patio pasando antes por el kiosco y comprándome un agua para mi y un alfajor para Mateo, lo vi donde ranchamos siempre, sentado en el pasto con los auriculares puestos, me acerqué y él se sacó los auriculares.

—¿Estás enojado? —Dije sentándome a su lado.

—No, todo bien, flashé saliendo así, tenía bronca nomás pero no con vos.

—Te compré algo. —Estiré mi mano ofreciéndole el alfajor, él sonrió con ojitos brillosos, admito que cuando hace eso me llena el pecho.

—Voy a salir rodando si me seguís comprando alfajores. —Yo me encogí de hombros mientras él abría el paquete dorado y olía el contenido. —Mirá, ole.

—¿No me vas a convidar? —Dije haciendo pucherito, él negó con la cabeza sonriendo y mordiendo el alfajor. —Dale, un pedacito, o te lo saco de la boca.

Mateo se rió fuerte y yo lo acompañe acercándome a su boca para darle un beso, aunque él rápido se alejó.

—Eu.

—¿No querés que te bese?

—Nos van a ver todos. —Yo fruncí el ceño.

—¿Y?

—No sé, ¿no te da cosa que te vean conmigo?

—¿Que decís bobo? —Me acerqué sentándome frente a él muy cerca y lo agarré de la cara. —No me da vergüenza que me vean con vos, ¿a vos sí? —Él negó con la cabeza y yo sonreí. —¿Entonces te puedo besar?

Teo asintió y yo uní nuestros labios en un beso suave y sin lengua, los dos sonreímos en el medio así que nos tuvimos que separar.

—Escúchame, ¿qué haces hoy a la tarde?

—Nada, supongo.

—Bueno, vamos a salir.

Teo ladeó la cabeza mirándome con los ojos entrecerrados. —Tenemos que terminar el trabajo Manuel, ¿adónde querés salir?

—Nunca salimos juntos, vamos a tomar un helado, ¿querés? —Entrelacé mis dedos con los suyos que estaban metidos en el pasto, de alguna forma no quería que me vean porque un par de garches tenía programados y capaz flashan cualquiera si me ven con Mateo.

—Bueno, pero primero tengo que pasar por casa. —Yo asentí y dejé un rápido beso en su boca justo cuando el timbre anunció el final del recreo.

La clase siguiente pasó rápido y llegamos al final del día escolar sin problemas, Mateo y yo caminamos juntos hasta nuestras casas y me despedí de él con un beso dejándolo en la puerta de su casa, con la promesa de pasarlo a buscar en dos horas para ir a la heladería del centro.

Llegué a mi casa, comí algo rápido y me bañé poniéndome la remera violeta que Teo me dijo un par de veces que le gustaba, miré un rato la tele esperando que sea la hora y salí hacia la casa de Mateo, caminé las cuatro cuadras correspondientes y toqué la puerta blanca.

—Hola. —Dijo abriendo la puerta. —Agarro el celular y salgo. —Yo asentí y lo vi salir unos segundos después.

—Hola. —Dije dándole un beso largo mientras él me abrazaba del cuello.

—¿Adónde vamos? —Mateo caminaba a mi lado, por suerte el centro era a cinco cuadras de su casa así que no teníamos que tomar ni uber ni colectivo.

—A mí heladería favorita.

Llegamos después de que casi morimos al cruzar la calle por no parar de reírnos de las estupideces que hablamos.

—¿Que sabor querés? Yo pido.

—Chocolate con almendras y frutilla a la crema. —Hizo el amague de sacar la billetera pero yo lo paré.

—Yo pago, vos andá a buscar una mesa. —Teo asintió y se puso en puntas de pie para darme un beso fugaz e irse.

Después de pedir y que me den los dos cucuruchus divisé a Mateo en una mesita afuera y me encaminé hacia él.

—¿No querés que vayamos a la plaza mejor? Pasa mucha gente por acá. —Propuso él agarrando su cucuruchu, yo asentí y fuimos a la plaza de enfrente.

Nos sentamos en el pastito y Teo habló de nuevo.

—¿Pediste menta granizada, Manuel? Yo no entiendo como me junto con vos.

—Es riquísima, no la saben apreciar.

—Soy re inútil para comer helado yo.

—Se dice tomar helado.

—Comer.

—Tomar.

—Comer, Manuel.

—¿En qué momento lo mordes? Eso es comer.

Mateo se quedó quieto como pensando unos segundos y después volvió a mirarme. —Bueno, cállate.

Pasamos la tarde hablando, hasta que empezó a oscurecerse un poco y nos tiramos en el pasto, Teo veía a cada rato su celular, supongo que es un tic que tiene.

—¿Qué querés ser cuando seas grande?

Mateo y yo estábamos tirados en el pasto mirando al cielo, las manos entrelazadas entre nosotros y la piernas flexionadas.

—No pienso mucho en eso, ¿y vos? —Mentira, sí pienso en eso, demasiado quizá.

—Todavía no sé, supongo que quiero un trabajo que me dé mucha plata.

—¿Por qué? ¿La necesitas?

—Sí.

—¿Para qué?

Mateo estaba a punto de contestarme cuando su celular sonó, se sentó rápidamente en el pasto y atendió, lo único que lo escuché decir fue: hola, qué? estoy yendo, por favor retenela.

—Eu, ¿qué pasa? —No sé quien lo había llamado pero Mateo había comenzado a temblar y a inquietarse levantando sus cosas del pasto.

—Me tengo que ir a mi casa Manu, por favor llévame a mi casa.

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