xiii: unforgettable

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—Hola, señorita Akari—saludó educadamente un hombre mayor nada más abrir la puerta.

—Buenas tardes, señor Minamoto—saludó de vuelta la joven al mayordomo de la gran casa de los Nishishima. Desde que conocía a la peliblanca, Minamoto siempre había sido el que le abría la puerta a su casa pero no sabía cual era exactamente su trabajo. Suponía que era amo de llaves.

—La señorita está en su habitación, supongo que no hará falta que le acompañe—Akari negó y dió una última sonrisa al mayordomo para quitarse sus zapatos en la entrada y continuar hacia la habitación de su mejor amiga.

Siempre que iba a su casa se sorprendía cada vez más, era increíblemente espaciosa y lujosa. Era moderna y minimalista hasta cierto punto. Más que una casa parecía una mezcla entre una galería de arte y una mercería por la cantidad de cuadros pintados por la menor de los Nishishima y por las telas, maniquís y todos los tipos de hilos imaginables de el diseñador de ropa Hajime Nishishima.

Pasó por el enorme salón que ya conocía, tan enorme que fácilmente podría ser del tamaño de su casa entera. El olor a humo de tabaco inundó las fosas nasales de la chica, haciendo que recorra con la mirada toda la sala, encontrandose con el padre de su amiga.

Hajime Nishishima, cómo no, se encontraba fumando mientras parecía hacerle unos arreglos a un vestido que estaba segura que era para una pasarela. Era, en pocas palabras, increíblemente elegante.

—¿Se puede saber qué haces aquí?—preguntó la voz grave del diseñador sin ni si quiera mirar a la pelinegra.

—¿Tú qué crees, Hajime?—preguntó irónicamente Akari.

—Parece que nunca te han dicho que es de mala educación hablarle así a una persona importante.

—Hablas como si fueras alguien superior a mi. Deberías tener tú el respeto de al menos mirar a tu invitada.—Akari se acercó aún más al hombre pero lo suficiente como para mantener sus distancias. Él sin embargo, siguió con lo suyo.

Observó detalladamente el vestido que estaba retocando, era granate y llegaba unos dedos por encima de la rodilla. Sus tirantes constaban de unas finas cadenas de oro y cuello desbocado. En la zona de las caderas, en estas la tela se estrechaba tapando solo la parte central, uniendo la parte de atrás con la de en frente con unas cadenas igual que las usadas para los tirantes.

—¿Es para una pasarela?—preguntó Akari curiosa. No le caía del todo mal el progenitor de su amiga, pero según le había contado cuando eran más pequeñas, había obligado a su hija a hacer inumerables cosas que no quería. Cuando ya murió Yuuta Nishishima, el abuelo de Mirai, estos comportamientos cesaron por suerte.

—El de la pasarela ya está hecho.

—¿Entonces?

—No sé, quise hacerlo—se encogió de hombros Hajime.

El hombre por fin se puso de pie mostrando la gran diferencia de altura entre la joven y él.

Se dio la vuelta dejando que Akari observara su rostro desafiante hacia ella. Su pelo castaño, su piel algo más morena que la de un japonés promedio, sus ojos oscuros y su gran altura no se parecía nada al aspecto de su hija.

Aunque también es verdad que la forma de sus ojos, la nariz, el rostro, la forma de la boca y las cejas eran iguales entre padre e hija. A los ojos de la pelinegra Hajime Nishishima también era lindo a pesar de que no le gustara admitirlo.

—¿Me he perdido algo?—la peliblanca apareció por las escaleras viendo desde allí a la ojimiel y a su padre mirarse desafiantes.

—No, tranquila—Akari rompió el contacto y subió a las escaleras rápidamente hasta llegar a la altura de Mirai.—Vamos que se nos hace tarde.

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