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Marinette se encontraba en su habitación, dando lo últimos toques a un hermoso par de gargantillas a juego que había creado pensando en Juleka y Rosita. Luego de guardar sus utensilios, y de cubrir con una bandita una pequeña herida que se había causado con las pinzas de corte para joyería, suspiró con pesadez estirando sus brazos y caminó hacia su cama. Tikki, a un lado de ella, admiraba su reflejo en un pequeño espejo del escritorio mientras sostenía en su cabeza una reluciente gema de fantasía y ponía frente a ella un trozo de tela sobrante de su trabajo anterior, haciéndola bailar dando vueltas como si se tratase de un vestido pomposo mientras Pollen y Ziggy reían con su ocurrencia.

Aunque aún era temprano para dormir, su día había sido bastante largo, y Marinette se disponía a meterse bajo las sábanas para tratar de conciliar el sueño. Pero luego de un buen rato de dar vueltas sobre el colchón sin poder lograr su cometido se decidió por salir al balcón y tomar un poco de aire fresco, tratando en todo lo posible en no despertar a ninguno de los Kwamis que ya dormitaban por toda la habitación.

Se recargó en la baranda, observando la tranquilidad de las calles y las tenues luces de las farolas. Agradecida porque hubiera sido un día sin ataques, al menos en lo que respecta a la realidad de los demás ciudadanos. A pesar de no ser muy tarde, la ciudad estaba en completo silencio.

De pronto, la calma a su alrededor se vio interrumpida, cuando cierto niño gato pasó muy cerca de su casa, golpeando las tejas con su bastón y lanzando pequeños gritos de energía desbordada cada que se proyectaba con fuerza en el aire en dirección a la torre Eiffel. Marinette negó con la cabeza, sonriendo divertida por el actuar de su compañero felino, que aún sin saberlo siempre lograba ponerla de buen humor.

Mi dulce gatito se ha escapado de casa de nuevo. Hay que ver que se trae entre manos.

Con cuidado de no hacer demasiado ruido con la puerta, asomó la cabeza hacia su habitación, susurrando despacio para solo ser escuchada por su Kwami, que ya estaba recostada en la almohada de su cama.

— Tikki, dime que aún no te has dormido. — Le pidió en un tono casi suplicante. — ¿Podemos dar una vuelta?

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Chat Noir jugaba con su bastón; dándole vueltas, extendiéndolo y volviéndolo a retraer con cada atrapada en su mano. Jugueteaba con los pies en el aire, en el borde del punto más alto del Palacio de Chaillot, con una vista de primer plano de la plaza del Trocadero y la torre Eiffel. Le gustaba estar ahí, porque gracias a su vista felina ese era el punto ideal para ver a Ladybug llegar a la torre, y tratar de sorprenderla cuando estuviese distraída, cosa que en dos años aún no había logrado y que se había convertido en un reto para el del traje negro. Esperaba tener la suficiente suerte como para que ella tuviera la misma idea de salir a esa hora.

La inusual calma de la ciudad le ayudaba a controlar todos los sonidos a su alrededor. Agudizando todo lo que le era posible su oído podía identificar el gorjeo de los polluelos de pichón que se acurrucaban en los nidos ocultos entre las edificaciones, así como el tenue silbar del viento al chocar con las copas de los árboles. Además, su vista nocturna le ayudaba a detectar el mínimo movimiento a su alrededor a pesar de lo tenue de la luz de la luna, oculta entre las nubes. Se mantenía alerta, con su instinto felino alterado como si se encontrase en plena cacería.

— ¿Esperas a alguien, Chatón? — Se escuchó de pronto detrás de él, justo a su espalda y demasiado cerca de su oído.

Su columna se erizó por completo, llevando su cuerpo a una tensión tal que sin que él lo pudiese evitar, saltó de su lugar haciendo un bufido largo y agudo, tensando su cola y orejas justo antes de caer hacía el vacío, siendo sujeto por la cuerda del yoyo de Ladybug a tan solo unos centímetros de chocar contra el piso. 

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