Ciclamor

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Marinette hacía todo lo que podía por mantener los ojos abiertos, pero la clase de historia francesa no la estaba ayudando en nada. Dio el cuarto bostezo del día, y para ese punto poco le importó cubrirse la boca o disimular el sonido, a tal punto que la señorita Bustier interrumpió su parloteo para fulminarla con una mirada desaprobatoria. Era extraño, estos dos días sin akumas y con el tiempo corriendo normal debieron haberle dado algo de descanso.

Era ridículo que se sintiera tan cansada, más cuando había tenido un sueño muy bonito, que al menos cuando despertó sintió que la había recargado de energías. De pronto, su mente comenzó a viajar de nuevo a ese recuerdo:

— Te prometí que vendría, princesa. — Le dijo Adrien antes de dar un paso hacia ella, tomó una de sus manos y se la llevó a sus labios para depositar un beso en sus nudillos. Todo sin dejar de verla a los ojos. Una sonrisa traviesa se dibujaba en sus labios, y Marinette sabía perfectamente donde la había visto antes.

— ¿Princesa? — Murmuró Marinette apenas, sintiendo que las palabras se atoraban en su garganta, mientras su rostro comenzaba a ponerse colorado. Alzó la vista, y vio que los colores del cielo hoy eran rosados y violáceos, pero aún parecido a una aurora boreal. 

— ¿Te molesta que te llame de ese modo? — Preguntó el rubio mientras comenzaban a caminar por la vereda, y Marinette pudo encontrar un matiz divertido en su voz.

— Me han llamado así antes. Una vez, en uno de mis cumpleaños. — Contestó recordando en un flash a su compañero de lucha, mientras el muchacho a su lado soltaba una suave y tierna carcajada. A ella no le parecía tan raro que el Adrien de sus sueños encontrara en sus recuerdos ese bonito apodo, o que se atreviese a decírselo.

Ambos tomaron asiento en la banca frente a la estatua, dejando que los pétalos de las flores brillantes bailaran a su alrededor.

— No me es difícil imaginarlo. Al verte, solo puedo recordar a las hermosas princesas de los cuentos de hadas que mi madre me leía de pequeño. Que alguien más te vea del mismo modo, no es tan difícil.

La señorita Bustier aclaró su garganta, asegurándose de que el sonido fuera lo bastante fuerte como para sacar a la azabache de sus ensoñaciones. Marinette parpadeó varias veces, sacudiendo la cabeza para que al fin, sus ojos terminaran por posarse en el asiento vacío de enfrente. Vaticinando un día terriblemente largo.


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Adrien daba vueltas en su habitación, de punta a punta. Con el celular que no había abandonado su mano en toda la mañana, repasaba su meticuloso plan con Nino una y otra vez. De nuevo estaba esperando a que su amigo pudiera burlar la vigilancia de la profesora y pudiese contestarle. Todo debía quedar perfecto. Plagg, en algún punto de la habitación se había dormido esperando a que su portador tuviera ánimos de relajarse.

Tenía que hablar con Marinette; hablar de frente era la única opción que la chica le había dado para aclarar las cosas. A pesar de que la vio en sus sueños, no podía confiar en que ella supiera que había una conexión especial entre sus mentes. Ella aún podía confundirlo con un sueño cualquiera. Aunque para el rubio, su sueño era todo, menos común:

Marinette lo veía confundida; Adrien en definitiva no se comportaba como lo hacía regularmente. Y es que, esta vez, él había llegado al sueño decidido a decir todo lo que en la realidad le estaba prohibido. Porque en el sueño no existía Hawk Moth; en el sueño ella no corría peligro solo por quererle; en el sueño podría decirle todo lo que había tenido enterrado en su corazón por tanto tiempo sin que un akuma o un Kwami los interrumpiera. 

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