-Capítulo 1-

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Lunes. Los lunes siempre habían sido algo que siempre había odiado y eso era algo que jamás cambiaría en mi vida; pero odiaba ése por una razón es especial: comenzaba mi segundo año en la universidad.

Mi despertador sonó estrepitosamente en mi mesilla de luz, con un tono pasado de moda y con una letra para nada decente. Me tapé la cara con la almohada, tratando de conciliar unos minutos más de sueño, mas me fue imposible.

¿Qué pasa en las películas? Allí todos despiertan súper felices por ser su primer día de colegio/universidad debido a que verán a sus amigos y compañeros nuevamente. Lo único en lo que yo podía pensar en esos momentos era «¿Por qué la vida es tan cruel?»

Alargué la mano y a tientas apagué la alarma. En el proceso, terminé tirando el despertador al piso, pero juro que no fue intencional; sólo estaba un poco adormilada.

Me dije a mí misma que en cinco minutos me levantaría sí o sí, pero ni siquiera se habían concretado esos minutos cuando la puerta de mi habitación se abrió y mi hermano comenzó a gritar.

—Addy. ¿Qué fue eso? —preguntó mi hermano.

—¿Eh? ¿El qué? Además de que tú no me estás dejando tener cinco minutos más para dormir, no ha pasado otra cosa.

—¿Cómo que no? Oí un ruido.

Retiré las sábanas de mi cara mientras pensaba en qué podría haber sido aquel ruido. Luego recordé el momento en el que se cayó mi despertador y se lo comenté a Caleb.

—Ah —respondió, rascándose la nuca—. Creí que podría ser algún ladrón. Sabes que con el piso que hay en la casa se oye todo amplificado —Y sí que lo sabía. Nunca pude escabullirme cuando era adolescente para ir a fiestas a altas horas en la noche sin que mi padre se enterase.

Reprimí una risa y señalé el arma que sostenía en su mano izquierda.

—Entonces, déjame ver: pensaste que había un ladrón y viniste a rescatarme con una sartén.

Caleb se movió incómodo, pero luego recuperó la compostura y me contestó con tono firme y decidido a defender su opinión—: ¡Hey! No subestimes a la sartén ¿o es que acaso nunca viste Enredados? [1]

—No, querido hermano —Él arqueó sus cejas, esperando más de mí—. Yo sí maduré a diferencia de ti, no veo esas cosas.

—Sí, claro —bufó y me lanzó el despertador del piso. Por suerte éste no había sufrido ningún percance además de algunas abolladuras.

Me reí.

—Bueno, fuera. Me tengo que duchar y cambiar —Saqué a mi hermano por la puerta.

—Treinta minutos —fue lo último que dijo antes de que cerrase la puerta en sus narices.

Me dirigí al baño que estaba en mi habitación, abrí el grifo de agua caliente y la regulé hasta que estuvo en la temperatura requerida por mi cuerpo.

No pude evitar quedarme viendo cómo caía el agua y pensar en los acontecimientos de hace pocos días. El chico, Aaron, me había salvado y yo ni siquiera sabía por qué. La verdad era que en cierto punto comencé a cuestionarme si lo que me había pasado no había sido más que un producto de mi imaginación, pero parecía tan real...

Me desvestí, pero antes de entrar me di cuenta de que no estaba mi acondicionador para pelo largo y sedoso. Frustrada y desconcertada, me envolví en una toalla y entré al baño de Caleb. ¡Bingo!

Hombres. 

Negué con la cabeza y una risa escapó de mis labios.

Cuando terminé de ducharme, me vestí con un vestido floreado y peiné para luego bajar las escaleras.

Secretos PeligrososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora