-Capítulo 20-

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Resultó que la dirección que habíamos copiado era un galpón en las afueras de la ciudad. El terreno tenía pastizales altos y no había ningún auto aparcado en la entrada.

Me había quedado junto con Jake en el auto mientras Aaron y Caleb investigaban el lugar.

Por mi parte, me quedé observando la carretera desierta, en busca de alguien que nos estuviese viendo o algo por el estilo. No distinguí nada, sólo kilómetro vacíos.

—¿Qué crees que haya? —le pregunté a mi amigo, girándome en el asiento para verle mejor.

—No lo sé —Observó su reloj—. Ya pasaron veinte minutos, ¿deberíamos ir a buscarlos?

—Ellos saben cuidarse solos, Jake —Bufé. Aunque en cierto punto, yo también estaba empezando a preocuparme—. Esperemos cinco minutos más; si no vinieron todavía, iremos a buscarlos. ¿De acuerdo?

—Bien —Mi amigo parecía más preocupado que yo.

Para aligerar un poco el ambiente, coloqué una canción en la radio y empecé a cantarla de manera desafinada.

—Hit me with your best shot
Why don't you hit me with your best shot
Hit me with your best shot
Fire away.

Jake se unió a mí y en pocos segundos, ya estábamos bailando dentro del auto.

¿Me extrañaste? —Oí la voz de Aaron en mi cabeza y a los pocos segundos, ya se había subido al asiento del piloto y Caleb en el de atrás. Sonreí.

—¿Qué descubrieron? —Aaron puso el auto en marcha y me contestó.

—Por lo que pudimos observar por la ventana, estaba vacío, no había ni un solo mueble. Entonces decidimos colarnos por la puerta trasera para ver si había otras habitaciones, algo de lo que nos estuviésemos olvidando.

—¿Y?

—Nada. No hay nada.

—¿Para eso se tardaron veinte minutos? —preguntó Jake. Me fijé en que Caleb y Aaron intercambiaron una mirada por el espejo retrovisor. Miré a Jake y él me miró, pues él también había visto aquella mirada—. ¿Qué pasó?

—¿De qué hablas? —saltó Caleb.

—Caleb, no somos idiotas.

—Jamás he dicho es...—Aaron lo interrumpió.

—Había un cadáver —declaró con voz firme y ojos en la carretera.

—¿Desde hace cuánto? —Tapé mi boca con mi mano para evitar soltar un sollozo. El simple hecho de pensar en la sangre me daba arcadas.

—No hace mucho, horas quizás. Quien lo hizo, sabía que vendríamos por evidencia y prefirió eliminarla antes que arriesgarse.

—¿Estás diciendo que...—

—Sí, el propietario del auto está muerto y no tenemos más rastro. No tenía billetera o celular; tenía una simple camisa de algodón y un jean.

—Y un gran tajo en el pecho —agregó mi hermano.

—Para el auto —pedí. Como Aaron no me hizo caso, repetí la orden—. ¡PARA EL AUTO!

Apenas nos detuvimos, abrí la puerta y me arrimé a un arbusto para vomitar. Qué horror. ¿Cómo alguien podía ser tan sádico? ¿Cómo se puede valorar la vida de esa manera?

Descargué todo mi almuerzo en las pobres plantas y me limpié la boca con el puño de mi suéter. Al darme vuelta, noté cómo los chicos me miraban. Lentamente me metí al auto y cerré la puerta sin decir nada; me quedé con la vista fija en la ventana, observando cómo el paisaje cambiaba.

Secretos PeligrososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora