-Capítulo 21-

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—Aaron —llamé con el corazón latiendo a mil por hora—. ¡AARON!

El sujeto en cuestión continuaba observándome fijamente con su sonrisa. No se movía ni un centímetro; su sonrisa también era fija, mostrándome los dientes blancos que eran fáciles de distinguir en el medio de la oscuridad.

—¿Qué pasa? —gritó en respuesta; oí el agua de la ducha apagarse.

—Hay alguien afuera —Giré un poco mi cabeza, pero mi vista seguía clavada en la figura. No pasó ni un minuto cuando Aaron estaba al lado mío con el cabello chorreando de agua y el pantalón sin abotonar.

—Mierda. Quédate aquí —Tomó una chaqueta cuando el hombre comenzó a correr en dirección opuesta a nosotros; huyendo.

—¿Qué? ¿Estás loco? No haré eso. Tal vez es una trampa para que tú te vayas y yo quede sola, así podrían atraparme —Deduje que el motivo de la visita del hechicero negro (supuse por el mal aura que sentía desprendía de él) era por mí y no por Aaron.

—Tienes razón. Vamos, no hay tiempo —Tomó mi mano y echamos a correr, siguiendo al otro. Debo admitir que él era bastante rápido, al igual que Aaron; pero yo no entraba en esa categoría—. Lo perderemos si seguimos así. Quédate escondida en algún lugar hasta que vuelva y te busque. ¿De acuerdo?

—Bien —respondí con la respiración agitada y fui a buscar un escondite cuando Aaron ya hubo desaparecido de mi campo de visión.

«¿Por qué todo me pasa en los bosques?», me pregunté. Tal vez la historia de Caperucita Roja albergase verdades después de todo. Ni que fuese a venir el lobo, pero me esperaba algo peor.

Trepé a un árbol que poseía varias hojas y ramas para ocultarme y para poder mantenerme firme en éste. Traté de encontrar a Aaron o al hombre de antes, pero ya había oscurecido demasiado y la escasa iluminación en el bosque y la niebla no me proporcionaban ayuda suficiente para lograr mi cometido.

El tiempo pasaba y aún no volvía el pelinegro. Mi cuerpo se sacudía con cada brisa fría; mi pelo no agradecía la temperatura —ya que seguía húmedo— y mi vestuario desprovisto de algún abrigo o calzado deportivo dejaba mucho que desear con este clima. Apenas si estábamos entrando en otoño.

—Addy, Addy, volvemos a encontrarnos en un bosque. ¿No crees que deberíamos dejar de hacer eso? —preguntó Raphael a mi lado. Casi caigo del susto, pero él logró estabilizarme en la rama y allí comprendí que ésta no era otro simple alucinación. Él era real, de carne y hueso.

—¿Qué quieres de mí? —pregunté con el corazón corriendo a mil por hora. Traté de alejarme de él, pero no podía por dos razones. La primera, si iba más atrás, caería y estaba en la parte alta del árbol; la segunda, él sujetaba mis brazos con fuerza.

Estoy yendo —susurraba Aaron en mi mente—. Ya lo perdí y algo me dice que tú no estás sola.

Raphael ladeó su cabeza y sonrió de lado. Se sentó en la rama con los pies colgando, dejando sus brazos a mis costados por si intentaba escaparme.

—¿Por qué no me llevas de una vez? —pregunté para ganar tiempo y para estar informada, a la vez—. ¿Por qué jugamos al gato y al ratón? Odio ese juego.

—Oh, Adeline; lo lamento si no te gusta el juego, pero así se queda. Tú eres el ratón y yo soy el gato. Pero no temas, al final de todo, el gato siempre come a su presa.

—¿Por qué hablas conmigo pero no haces nada?

—¿No te cansas de preguntar? —dijo con un tono de voz para nada amistoso. Su agarre en mis brazos se intensificó; supuse me quedarían marcas al día siguiente. Mientras su mano izquierda seguía agarrándome, con la derecha tomó una navaja. 

Secretos PeligrososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora