-Capítulo 31-

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Mi cuerpo se sacudió y luego chocó contra algo duro. A duras penas logré abrir los ojos para ver qué estaba pasando. Cuando me adapté a la escasa luz del lugar, distinguí que estaba dentro de un coche, en el lado del pasajero. Me había chocado contra la puerta. Supuse que debido a algún desnivel en la carretera.

A mi lado, Connor desvió su mirada preocupada de la carretera hacia mí y se sorprendió un poco. Luego, adoptó la postura anterior y dijo—: Lo siento por eso —Haciendo referencia al golpe.

—No importa —contesté, aunque de hecho, sí dolía. Hice una mueca. Me costaba permanecer con los ojos abiertos,como si alguien estuviese halando mis párpados hacia abajo. A su vez, también tenía un poco de sueño, por lo que cerré los ojos y pregunté—: ¿Qué pasó?

—Bueno. Necesitaba hablar con alguien, desahogarme. Si bien Anna, James y Jake son amigos míos, no siento la misma confianza que siento contigo, entonces decidí que podría pasarme por tu casa.

—Puedes decirme ahora. Por cierto, ¿a dónde estás llevándome?

—Creo que ahora no es el mejor momento para contarte acerca de mis problemas, Addy. De cualquier manera, llegué a tu casa —continuó, sin contestar a mi pregunta. Mis ojos seguían cerrados, así que no podía ver su expresión, pero lo escuché maldecir. Seguramente se había pasado alguna señal de tránsito por alto—, saludé a tu padre y subí las escaleras hasta llegar a tu dormitorio. Toqué tu puerta varias veces, pero no contestabas. Finalmente, me debatí entre irme -ya que posiblemente estuvieses durmiendo-, o abrir la puerta y comprobarlo por mí mismo. Ganó el irrumpir en tu habitación.

»Estabas tirada en el suelo, con todo el cabello en tu cara. Traté de despertarte para que volvieses a la cama, para que al siguiente día no te levantaras con dolores en el cuello o algo parecido. Pero no te despertabas. Intenté de todo, créeme; te sacudí, te hablé, te tiré agua, pero seguías de la misma forma. Entré en pánico. Le avisé a tu padre y me ofrecí para llevarte al hospital, que es a donde estamos yendo ahora.

—Oh, un hospital. Genial, no me siento muy bien.

Qué buen amigo había resultado ser Connor, preocupándose por mí, confiando lo suficiente en mí como para contarme sus problemas...

—Sí. Ahora descansa, Adeline. Te llamaré cuando estemos llegando.

Iba a preguntarle que cuánto tardaríamos en llegar al hospital, ya que había unos a pocas cuadras de mi casa; sin embargo, el cansancio me venció y volví a caer en un sueño.

[...]

Esta vez, cuando abrí mis ojos, ya era de día. Mis pestañas revolotearon cuando parpadeé unas veces para alejar la molestia que me causaban los rayos del sol. Ya no me sentía cansada o con sueño. Esas horas de sueño al parecer habían funcionado y ya no había rastro de dolor.

Sin embargo, cuando miré por la ventanilla, no pude distinguir nada: estábamos en el medio de la nada. ¿No íbamos a un hospital acaso?

—Connor —llamé, nerviosa, confundida y asustada en partes iguales. No entendía qué estaba pasando.

—Hmm —contestó él. Su postura era igual de relajada que hace unas horas. Una mano en el volante y la otra en la palanca de cambios; hombros un poco hundidos y una sonrisa en su cara, pero esta vez tenía otra clase de sonrisa; una que se me hacía muy conocida, pero no sabía de dónde.

—¿A dónde estamos yendo? —Estaba segura como el infierno que los kilómetro de ruta que podía visualizar a la distancia, no me íban a llevar a un hospital. De cualquier manera, ya no lo necesitaba.

Secretos PeligrososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora