-Capítulo 32-

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Debí haber pensado en eso antes de llevar a cabo mi brillante plan. Yo era la que tenía sus poderes neutralizados, pero Raphael podía simplemente usarlos sobre mí haciendo, como por ejemplo, una parálisis momentánea.

Quería estampar mi cabeza contra el piso varias veces por no haber estado consciente de ese detalle.

En ese momento estábamos caminando hacia la entrada de lo que era un pequeña casa bastante sencilla y con flores muertas en el jardín delantero. Mis pies no se movían por orden de mi cerebro sino por un hechizo. Me sorprendía que él aún tuviera tanta energía habiendo lanzado varios hechizos ya.

La puerta se abrió antes de que llegáramos a ésta, un hombre bajo y calvo -quien no parecía tener más de veinte años a pesar de su apariencia- detrás de ella. Sus ojos eran inexpresivos cuando se hizo a un lado para dejarnos pasar. No me miraba, tampoco a Raphael. Apenas entramos, él desapareció, moviéndose a otro cuarto en silencio.

Parte de mí esperaba encontrarse con una gran sala provista solamente con armas, pero nos encontrábamos parados en una sala absolutamente mundana. Dos sofás de cuero enfrentados, una chimenea en una esquina y una mesa pequeña con sus respectivas sillas.

-Sigue caminando -ordenó. Con asombro me di cuenta de que mis piernas estaban bajo mi control nuevamente-. Y no intentes nada, sabes que puedo acabar contigo.

Sí, lo sabía. Era por eso que continué caminando, siempre con su mano empujándome desde atrás fuertemente. Pronto, el panorama cambió a un estrecho y largo pasillo con escasa iluminación. Caminamos hasta la última puerta y entramos.

El cuarto era algo muy diferente a la sala. El piso gris estaba desgastado. Una sola ventana se hallaba colocada en lo alto de una de las paredes, las cuales tenían el mismo estado que el piso. Contra una esquina había una cama blanca con barras manchada debido al óxido. Por último, en el centro se encontraba un pedestal negro sosteniendo un libro.

-Disfruta tu estancia, nos vemos mañana.

Antes de que pudiera hacer una pregunta, él se había ido.

Corrí hasta la ventana para ver si podía usarla como método de escape, mas no llegaba a tocarla. Luego de unos segundos me coloqué detrás de la cama, cerré mis manos en dos barrotes y empujé. Era una cama bastante pesada, pero finalmente logré correrla hasta ubicarla debajo de la ventana. Me subí y busqué alguna traba para correr el panel, pero, cómo no, estaba sellado herméticamente.

Con un suspiro, me deslicé por la pared hasta que mi trasero tocó las ásperas mantas.

Tenía que idear un plan, lograr escapar. Había activado el anillo sin que Raphael se diese cuenta, ¿pero serían ellos lo suficientemente rápidos para venir a rescatarme o Raphael conseguiría llevar a cabo sus acciones? Tenía un día, según me había informado él; sin embargo, necesitaba hacer algo por mi cuenta, dejar de depender.

Solté una lágrima que había intentado sin éxito retener. La vida como la conocía acabaría si algo no se me ocurría, sabía eso. Sabía que debía pensar y actuar, pero mi mente no quería funcionar. Estaba completamente en blanco.

Subí mis piernas y las rodeé con mis brazos. Enterré allí mi cabeza y los sollozos me inundaron. Por un momento, sólo quería llorar.

[...]

-Eres más fuerte de lo que imaginas, Adeline -Mamá se hallaba parada justo delante de mí. Vestía como solía hacerlo cuando cocinaba, un jean junto con una camiseta manchada y arrugada.

-No lo soy. Soy inútil. Hay tantas cosas que podría haber hecho, pero no las hice -Giré mi cabeza para evitar su mirada. Nos rodeaba la nada, todo era negro. Mis pies no tocaban nada, ambas flotábamos.

Secretos PeligrososDonde viven las historias. Descúbrelo ahora