Caminamos por los espaciosos pasillos del lugar, siguiendo a Gavin Relmaugh, un hechicero bastante famoso e influyente en nuestro mundo, según me contó Aaron. Las paredes estaban decoradas con cuadros representativos del bien y el mal, y cómo el bien siempre triunfaba. Los bordes eran dorados, siempre dorados.
Pasamos otra serie de puertas antes de que el corredor se convirtiera en una amplia sala con ventanales grandes y abiertos. Una mesa circular se hallaba en el centro, con ocho personas vestidas con traje repartidas y tres asientos disponibles. Aaron, Gavin y yo los ocupamos luego de un saludo formal a los demás miembros del Consejo.
—Supuestamente, la mesa circular significa que todos son iguales —me susurró Aaron, haciendo que los vellos de mi brazo se erizaran.
—¿Cómo en el Rey Arturo? —cuestioné, pasando la mirada por cada persona en la sala. Los nombres de cada miembro estaban escritos en una placa dorada, la cual estaba apoyada en la mesa, delante de ellos.
—Exactamente así. Sabía que habías leído alguna vez en tu vida.
Supe que trataba de mejorar mi ánimo, pero el hecho de que nueve pares de ojos estuviese mirando en nuestra dirección, lo dificultaba un poco. Me sentí muy expuesta, como si no tuviese ropa puesta. Sentir las mariposas debido a los nervios era algo nuevo para mí, ni siquiera en lecciones orales de secundaria me había pasado.
Dux Farstein aclaró su garganta y habló, su espesa barba blanca moviéndose con cada palabra.
—Adeline Withmore y Aaron Morgan —saludó—. Señorita Withmore, ¿sabía usted que es una de las jovencitas más susurradas en estos lugares?
—No, señor —contesté con voz normal, y no asustada, como supuse saldría. Un poco de sorpresa se albergó en mi mente—. No lo sabía.
—Pues lo eres. No hay una sola boca en esta sala que no te haya pronunciado. Pero la pregunta del millón es por qué, por qué te nombran.
Iba a contestar, pero él me cortó. Con eso, me quedó claro que no quería que le respondiese, quería hacerlo él mismo.
—Al parecer, ustedes, chicos, han tenido algunos encuentros con hechiceros negros. ¿Me equivoco? —preguntó mientras sacaba la tapa de cristal a una jarra del mismo material, y se servía una bebida desconocida para mí.
—No, señor Farstein —contestó Aaron por ambos—. De hecho, es por eso que venimos aquí. Solicitamos protección.
—¡Solicitan ayuda! —expresó en voz alta el señor Bersact. «Qué apellidos», pensé—. Sin embargo, ¿tienen idea de cuántos de nuestros hechiceros están siendo amenazados por hechiceros negros? ¡Un montón! Y nuestra protección no es ilimitada, que digamos... Así que, ¿por qué deberíamos ayudarlos?
Me sorprendió cómo sonaron sus palabras. Primero parecieron ser de enojo, pero luego, las palabras se convirtieron en gentiles, pero demandantes.
—La muchacha es importante —señaló otro hombre. Parecía rondar los sesenta años—. Tú sabes que ella lo es, su madre era una de las más poderosas hechiceras en sus tiempos.
—Por lo tanto, ella también es poderosa, ¿es eso lo que dices? —inquirió Bersact. Su ceja derecha se alzó mientras escaneaba mi cara.
—Exactamente, Edgar —Parecía satisfecho de haber podido hacer que el hombre, Edgar, entrara en razón. Al parecer, él estaba de mi lado.
—Si lo que dices es cierto, entonces ella podría ser capaz de defenderse por sí sola. Que yo recuerde, su madre jamás vino a pedir ayuda al consejo. Ella fue autosuficiente.
ESTÁS LEYENDO
Secretos Peligrosos
FantasyCuando Adeline Wilson se va de vacaciones, presencia una situación fuera de lo común que la deja desconcertada. Luego de que las imágenes queden grabadas a fuego en su mente, empiezan a asustarla y seguirla. Ella no sabe quiénes son o qué quieren; s...