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En la puerta de la nevera halló una nota de su madre en la que le informaba que había salido a hacer unas compras y que luego iría a recoger a su marido al aeropuerto. «Estaré de regreso alrededor de las seis y media. Por favor prepara la cena», decía la nota.

Rubén arrojó la mochila y el anorak mojado al suelo de la cocina. Suspiro profundamente. Se sentía frustrado. Deseaba hablar con su madre. No quería estar solo.

Temblando bajo su ropa empapada, se dirigió hacia el teléfono que había en la pared junto a la encimera.

«La policía atrapará a Reborn, estoy seguro.

»Yo estaré a salvo.»

Se llevó el auricular al oído.

Silencio. No había línea.

Pulsó varias veces la palanca del teléfono.

Silencio.

Era algo qué sucedía siempre que llovía de aquella forma.

Los hilos telefónicos se caían debido a la tormenta.

Rubén tragó con dificultad, procurando controlar el pánico que lo embargaba.

«Estoy solo en casa», se dijo.

«Y el teléfono no funciona. Está mudo.

»Completamente mudo.»

.         .       .      ⊂(・﹏・⊂).        .        .

Cuando el reloj marcó las ocho y media, Rubén paseaba nerviosamente arriba y abajo por el salón de su casa. Las cortinas cubrían la ventana del frente y todas las luces de la casa estaban encendidas.

«¿Dónde estarán mis padres?», se preguntó.

Comprobó por milésima vez el teléfono. Pero seguía sin tener línea.

Con un grito de frustración devolvió de golpe el auricular a su sitio.

«En este momento Reborn debe de encontrarse ya en las galerías comerciales — pensó —. Y también debe de imaginarse que no acudiré a la cita.

»Pero... ¿dónde están mis padres?

»Los necesito. Los necesito aquí, conmigo, ahora. No quiero estar solo.»

Cruzó los brazos sobre el pecho, procurando darse calor.

El baño caliente no le había ayudado a combatir la sensación de frío interior. Y tampoco lo habían hecho las ropas secas con las que se había vestido, ni siquiera el grueso jersey que se había puesto sobre un polo de lana más ligero.

Dejó de pasearse cuando oyó ruido de pasos en la entrada de su casa.

— ¡Por fin! — gritó en voz alta —. ¡Por fin habéis llegado!

Y abrió ilusionado la puerta de entrada.

La sonrisa se desvaneció rápidamente de su rostro.

— ¡Reborn! — exclamó, lanzando un gemido.

Él lo miró amenazador, con el rostro semioculto en la sombra que proyectaba la luz amarilla del techo.

— ¿Has olvidado nuestra cita? — le preguntó, burlón.

— ¡No me importa! ¡No puedes entrar! — le gritó Rubén —. Mis padres... están durmiendo arriba. ¡Vete o los despertarás!

𝐓𝐡𝐞 𝐍𝐞𝐰 𝐆𝐮𝐲 ¡! [Ruborn]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora