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El viejo hombre no perdía detalle de cada veta del blanquecino cabello de Daena, de sus violaceas y furiosas orbes que no dejaban de buscar vías de escape a pesar de que él sabía a ciencia cierta que ella, como buena Targaryen que había resultado,...

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El viejo hombre no perdía detalle de cada veta del blanquecino cabello de Daena, de sus violaceas y furiosas orbes que no dejaban de buscar vías de escape a pesar de que él sabía a ciencia cierta que ella, como buena Targaryen que había resultado, nunca huiría sin pelear.

Allí estaba, la viva imágen de Rhaella, su eterno amor adolescente, la mujer por la que una vez estuvo dispuesto a dar su vida, y también la que destrozó su inocencia; una joven Daena que parecía estrictamente diseñada para torturarlo.

Incluso cuando debió parar los instintos homicidas de su prole sobre ella, pensó que su inevitable encuentro iba a quedar en una situación incómoda, sobre todo para la dama sureña. Él se había asegurado años atrás haber superado todo lo que los dragones implicaban en su vida, que ella no lo afectaría.

Aún así ninguno lograba despegarse de la mirada aterrada del otro.

Daena podía sentir el frío sudor recorrer su espalda, tensando a su paso todos los músculos como si su cuerpo se preparara para un inminente ataque del hombre que había resultado el autor intelectual del asesinato de todos los Targaryen, o casi todos.

Pero debía recordarse que allí, a plena vista de todos los invitados no podía dañarla nadie, ninguno podía poner un dedo sobre su familia.

Mientras que él seguía esperando una reacción de su parte, mirándola fijamente, casi podía asegurar que no respiraba. En su rostro serio, sin expresión alguna más que la eterna altivez Lannister, no podía entender si él la creería una idiota por no lograr reaccionar, o simplemente disfrutaría perturbar de esa manera a la hija de su antiguo aliado.

-Lord Mano- saludó recordándose todas las reglas de etiqueta, pues su cerebro parecía no querer reaccionar.

Tywin Lannister era todo lo que las canciones e historias contaban sobre él. Pero sus verdes ojos, tan parecidos a los de su hijo, con ligeras motas doradas que lo asemejaban a una temible bestia, resultaron menos juzgadores de lo que se decía. Incluso lo hubiera creido más despierto, en su fuero interno había imaginado que se habría acercado por algo concreto más que quedarse allí estático, hostigándola.

Un suave carraspeó precedió a sus siguientes palabras- Veo que han decidido presentarse en escena al fin.

Daena alzó una de sus plateadas cejas, tan clara que sus bordes se desdibujaban en su nivea piel, con una nota de sarcasmo que él entendió rápidamente.

-Lamento que mi condición no me permita ser una participe activa, Lord Mano- comentó con algo de sorna, a pesar de que el miedo primitivo que la atrevesaba debilitaba sus barreras- De igual manera, no imaginábamos que alguien podría extrañarnos tanto para notarlo.

La atención del hombre fue brevemente capturada por el modo en el que cubría su vientre, como si así protegiera a sus crías, las cuales en cuanto nacieran, e incluso entonces, podrían ser consideradas un insulto y un peligro para la corona que él defendía con tanto ahínco. Sintió que algo se revolvía en su pecho, y por primera vez se encontró molesto por notar el temor y el asco que producía en la pequeña dama frente a él.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora