XXIX

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Había estado sentada adelante de todo en el salón del Trono, tomada de la mano de Mirah en un intento de calmar su agitada mente mientras se concentraba en observar a su esposo auspiciando de juez, en vez de aquel teatrillo que en el intentaban si...

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Había estado sentada adelante de todo en el salón del Trono, tomada de la mano de Mirah en un intento de calmar su agitada mente mientras se concentraba en observar a su esposo auspiciando de juez, en vez de aquel teatrillo que en el intentaban simular la justicia divina.

Oberyn tampoco había podido separar mucho tiempo la mirada de Daena. Cada tanto buscaba encontrar sus violetas orbes, guiñarle un ojo o simplemente asegurarse a la distancia el bienestar de la mujer. Era completamente consciente de que tenía la totalidad de la responsabilidad por aquellos malestares de la dama; pero luego de haber aceptado en un arrebato tan típico de la Víbora, solo podía esforzarse por consolarla y remediarlo, rogando que pronto terminara todo para irse de la Capital.

En la habitación de los Martell se servían solo los platillos favoritos de la joven, se esmeraba en conseguir todos los ejemplares de los libros que ella deseaba, e incluso la había acompañado durante una tediosa tarde con la costurera. Masajeaba sus tensos hombros entre besos y caricias. También había sumado, como una adorada costumbre para ambos, cantarle algunas canciones de cuna a sus niños para que se calmaran dentro del vientre materno.

Y aquella noche se había tomado el atrevimiento de cumplir otro deseo de la Targaryen. Él conocía, y disfrutaba completamente, que la personalidad de Daena fuera dominante en todos los ámbitos de su vida. Los dragones nunca se dejaban arrastrar por la corriente, repetía por momentos en broma y otros con una seriedad indiscutible; era innegable que era una descendiente directa de Aegon.

Pero Oberyn también sabía que ella disfrutaba poder perder el control cuando estaba frente a él, y no sería quien se negara a semejante placer para ambos.

Lo único que se oía en el cuarto era la respiración agitada de Daena, en aquella noche de Luna llena donde todo quedaba levemente iluminado por el astro, ayudado por unas pocas velas que daban intimidad al ambiente.

Estaba expectante por el próximo paso del hombre frente a ella, quien solo la observaba con lujuria, con esa media sonrisa que la hacía derretirse internamente. Podía percibir aquellos ojos, casi tan negros y brillantes como el cielo que los cubría, rozarle la piel a la distancia, quemando levemente al pasar por el escote del vestido y su delicado cuello.

- Quítate la ropa.

Su voz áspera acarició sus oídos, aun cuando él se encontraba sentado en la cama y ella todavía estaba parada delante de esta. El calor en plena madrugada invadió su cuerpo, invitándola, incitándola a cumplir las órdenes de Oberyn.

Bajo la atenta mirada del Martell, los dedos recorrieron su cintura hasta llegar a los lazos que sostenían su vestido. Tiró levemente del que se encontraba de lado izquierdo, y miró de reojo a su esposo, que parecía ansioso, acercándose al borde de la cama para tener una mejor visión de aquella excitante escena.

-Quitatela para mí, Daena.

Su nombre en los labios del hombre alteraba sus sentidos, encontrándose más que dispuesta a cumplir con sus órdenes si eso la hacía merecedora de más atención del atractivo dorniense. Entonces terminó por deshacer los moños que mantenían la tela dorada sobre su figura; pasando las manos por sus hombros, ayudó a que el vestido cayera al piso con un sonido que se perdió en el medio de la habitación.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora