XXXI

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Fragmentos del despertar

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Fragmentos del despertar

1 día después

Se reacomodó en el duro asiento qué le habían facilitado, al lado de la cama de Daena. El Sol recién salía tras la larga noche, donde la fiebre estaba alterando la mente de la dama, y las pesadillas la atacaban sin miramientos.

Lo único que pronunciaba eran desgarradores llamados a su esposo, entre llantos y otras alucinaciones, susurraba pidiendo que volviera. Esa fase duraba un eterno rato, luego del cual se despertaba gritando asustada; para después volver a dormirse y repetir aquel interminable ciclo.

Por momentos, Tywin se detenía a pensar en cómo le comunicaría lo que había ocurrido durante su convalecencia, como lograrían las personas que quedaban a su alrededor que no volviera a recaer. Un solo susurro, una noticia mal dada podría terminar de quebrantar al dragón que convalecía a su lado.

Pero su principal preocupación en aquel instante era que ella volviera a su mundo; pues Qyburn le había confiado que Daena estaba constantemente tambaleando en el umbral de los muertos. Parecía coquetear con esa paz eterna, para luego volver en escasos minutos de lucidez, rogando por un hombre que ya había fallecido.

Un paso en falso y podía caer para siempre. Un paso en falso, un simple tropiezo, y la perdería a ella también. El ex-maestre le había dicho que podía deberse a una falla cardiaca, que le subiera la temperatura corporal sin que ellos lo notaran, que tuviera una convulsión y nadie llegara a atenderla; y el Lannister solo logró oír que el universo parecía dispuesto a dejar ir a otra Targaryen. Resultaba casi injusto como el mundo conseguía desprenderse con tanta facilidad de los dragones que una vez habían surcado los cielos.

Por eso, y a pesar de los impedimentos de los pocos dornienses que quedaban en la capital, no se separaba de la dama hacía más de veinticuatro horas, desde el momento en que su hijo la había rescatado de un charco de su propia sangre. Aun se podía oler el hierro y la desesperanza surcando la habitación, como si se negaran a abandonar a Daena.

La mirada verdosa del anciano se detuvo en el abultado vientre, donde los fetos seguían resguardados y creciendo de un modo muy precario, con sus vidas pendiendo de un hilo aún más delgado que el que sostenía la respiración de su madre. Cada inhalación resultaba una tarea titánica para la mujer, como si el diablo se hubiera sentado en su pecho, listo para impedírselo.

No había logrado confirmar si ella era su hija biológica o no, pero había encontrado cierta paz al darse cuenta que aquello no le importaba. No podía desprenderse con tanta facilidad de la niña a la que había visto llegar al mundo, quien se había aferrado a su mano cuando los gritos de Aerys habían inundado el castillo aquel día.

Todavía podía recordar la presión del agarre de Rhaella buscando seguridad, y sus lágrimas de felicidad. Daena había nacido del seno de quien había sido el amor de su vida, la mujer que había perdido por ser alguien despreciable, y ahora se aferraba egoístamente a lo último que le quedaba de ella, a la última esperanza de una redención.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora