XXII

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Lo único que se podía oír en la habitación eran los gritos de dolor de la mujer postrada en la cama mientras daba a luz; aquella noche en la que la Tierra se interponía en la estelar danza entre el Sol y la Luna volviéndose la atracción principal ...

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Lo único que se podía oír en la habitación eran los gritos de dolor de la mujer postrada en la cama mientras daba a luz; aquella noche en la que la Tierra se interponía en la estelar danza entre el Sol y la Luna volviéndose la atracción principal para muchos en Westeros. El fuego crepitaba suavemente en la chimenea más cercana, y todos allí parecían mantener un silencio sepulcral como si supieran que no debían incordiar a la reina.

-Un poco más, Majestad- rogó el maestre- Ya se puede ver la cabeza.

Rhaella gruñó de dolor aferrándose más a la mano de el único que había osado hacerle compañía en aquel momento, a pesar de las órdenes de su esposo. Aerys seguramente estaría encerrado, entre copas y sus terroríficos asesores, y a pesar de las contracciones aún seguía lo suficientemente lúcida para agradecerle a los dioses que no se le hubiera ocurrido hacerse presente allí.

-Tú puedes, ya casi lo logras- le murmuraba el rubio intentando darle los ánimos necesarios a la parturienta.

Con un último esfuerzo la mujer cayó rendida en las miles de almohadas, sin siquiera querer mirar al bebé que acababa de dar a luz. Por más que Tywin había intentado animarla aquellos siete meses, no sabía porque esa ocasión debería ser distinta a sus otros niños que había perdido antes de siquiera darles un nombre. Aún sentía el rechazo a esas palabras que solo buscaban infundirle vanas esperanzas, que seguía repitiendo a pesar de tener un parto adelantado y un niño prematuro como el futuro más creíble.

-Ha tenido una sana niña

Los violetas ojos de la mujer, sorprendida y sin saber como reaccionar ante semejante noticia, se encontraron con una mirada tan parecida a la suya que podría haber sido un reflejo en el espejo. Soltó con incredulidad la mano del hombre a su lado, asombrada de sentir de nuevo el corazón latirle con fuerza ante su hija, un sentimiento que aparecía junto a sus hijos, pero no creía poder volver a tener por otro humano.

- ¿Una niña?

La emoción embargaba la voz de Rhaella, mientras unas pequeñas lágrimas se derramaban en sus sudorosas mejillas. Estiró los brazos con premura hacia su pequeña, asustada de no oírla quejarse ni emitir ningún sonido.

-Démela- exigió impaciente- ¿Por qué no llora?

Todos miraban a la bebé recién nacida, que solo pestañaba perezosamente a instantes de dormirse como si le hubiera resultado agotador dejar el seno materno.

-Se encuentra bien, su Majestad.

- ¡Que me la de! – reiteró, y todos corrieron por cumplir las exigencias de la reina.

El oxígeno recién volvió a su sistema en el momento en que las miradas de ella y su niña se encontraron, cuando por fin pudo tener la certeza de que la vida de ese bebé no se le esfumaría entre los dedos como le había ocurrido antes. Acarició con suavidad los pobres cabellos blancos que brillaban en su cabecita, maravillada de tener a alguien tan pequeño entre sus brazos después de tanto tiempo. Era un ser tranquilo, que parecía más empecinado en mantener la mirada en todo lo que la rodeaba, sin siquiera balbucear como si supiera que allí no podría hacer ruido si quería continuar con vida.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora