La mañana siguiente sería el gran día para Oberyn, se casaría con la mujer que amaba. Y aunque era lo que más deseaba, la larga noche anterior a la boda se estaba volviendo eterna.
La alejada habitación en la Torre oeste que le habían asignado pronto se había convertido en una elegante jaula, donde había paseado en un ataque de nervios por las últimas horas. No dudaba de su decisión, no dudaría nunca de su compromiso y del amor que le profesaba a Daena; pero el inmenso miedo de no ser suficiente, de arruinar todo a su paso lo había embargado en cuanto, como dictaban las costumbres, le habían prohibido verla.
Necesitaba abrazarla, tener su cuerpo entre sus brazos y que su cálida esencia le hiciera saber que todo iba a estar bien. Que sus ojos violetas como las amatistas le confesaran todo el amor que sentía por él.
Él siempre había dicho que no nació para ser esposo, que su vida no era para estar confinado al lado de una sola mujer. Todavía recordaba al Víbora adolescente responder eso a cualquiera que osara preguntarle por un futuro compromiso; el joven Oberyn era incluso más imposible de domar que el actual.
La risa de su madre ante aquellas palabras también la podía revivir con facilidad, casi tan palpable como si estuviera allí en ese momento. Siempre sonreía enternecida por sus arrebatos de rebeldía, asegurándole que si la unión era por amor, ninguna jaula lo detendría nunca.
Añoraba tener a la antigua Princesa de Dorne allí, para aconsejarlo en aquel importante paso y hacerle saber que estaba listo, que sería bueno para la Targaryen, que no era un caso perdido como tantos le habían dicho.
Tampoco podía evitar pensar en Elia, tan inocente y frágil; seguramente estaría llorando de alegría al verlo realmente enamorado, unido por siempre a la mujer que lo hacía tan feliz.
Las ausencias de las mujeres que lo habían criado pesaban en el corazón del Martell, quien bufó, cansado de cargar con aquella angustia en su corazón, y salió de aquella habitación prestada dando un pequeño portazo.
Ni siquiera tenía que pensar a donde iba, sus pies conocían cada giro, incluso cuantos pasos tenía que hacer para evitar a la guardia nocturna en el patio de armas. Daena descansaba en su cuarto, en la torre familiar donde él normalmente residía salvo aquella noche.
Tranquilo de saber que ya todos dormían, se detuvo frente a la gran puerta que lo separaba de su futura esposa, posando su mirada en el Sol dorniense tallado sobre la madera. Una sonrisa involuntaria se escapó de sus labios cuando los dedos recorrieron los trazos que él mismo había hecho tiempo atrás, para luego replicarlo en la puerta de su propia habitación, tanto allí como en los Jardines. Todavía recordaba haberle dicho a Daena que con ello sus almas siempre se encontrarían, incluso en los sueños tan oscuros que aquejaban a la mujer por las noches.
Ella estaba apenas abrigada por las finas sábanas de seda de su cama, el calor esa noche era casi sofocante. Respiraba con los labios entreabiertos, y por su suave sonrisa parecía estar soñando algo bello.
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The golden Dragon /GOT/
FanfictionTras la destruccion de la familia real, la pequeña Daena Targaryen se refugia en los brazos de los príncipes dornienses. Con los años la joven ya no puede esconder sus notorios rasgos valyrios, pero no solo eso heredó de sus antepasados; unos extrañ...