XVII

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Una de las mayores habilidades del gran león de Casterly Rock era que, sin levantar la voz ni recurrir a la violencia física, había logrado imponerse tanto a sus vasallos como al resto de Westeros

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Una de las mayores habilidades del gran león de Casterly Rock era que, sin levantar la voz ni recurrir a la violencia física, había logrado imponerse tanto a sus vasallos como al resto de Westeros. Y Jaime realmente admiraba el poder que residía en su padre, quien causaba más daño con sus palabras que con la espada.

Pero también había hecho uso de esa fortaleza con sus propios hijos; y aun cuando intentaba justicarlo en su mente diciéndose mil veces que era imposible dejar el rugido del león puertas afuera del hogar, de niño temblaba cuando la atención del Lord iba dirigida a él.

Algo que nunca podría olvidar era el enojo de Tywin el día que este descubrió que el pequeño Jaime de solo seis días del nombre le temía a los cuentos de fantasmas, que los sirvientes decían ver vagar las mazmorras durante la noche. De su mente nunca se borró la decepción sus esmeraldas iris, la cual se repitió por años a cada paso que el caballero dió fuera del sendero impuesto.

Por un segundo esos ojos, ese ceño fruncido, esa ceja alzada ante la incredulidad de su idiotez aparecieron frente a él cuando se cruzó al primer fantasma de carne y hueso. Y aún si Tywin se encontrara allí en ese instante, gritándole o riñéndolo, no podría despegar su vista de ella.

Parecía una reina sureña brillando como el Sol. Sus suaves pasos contrarrestaban con el respeto que generaba su imagen; llevaba sus hombros rectos y barbilla alzada como si todos allí fuesen menos que sirvientes y ella una diosa, de exótico vestido y belleza hipnotizante.

Ese día que la encontró en los establos pensó que era la mujer más bella que había conocido; su interior le había gritado que la retuviera, temeroso de no verla nunca más, y con el paso del tiempo estaba seguro que no ocurriría. A pesar de eso, la curiosidad por saber sobre la llamativa joven no se disipó. Su hechizante mirada lo perseguía en sueños, incluso la veía en otras personas, reflejada en cada beso que le había dado a Cersei. Por momentos hasta temió volverse loco, que algún embrujo haya nublado su juicio; pero la batalla le impidió pensar más en ello si quería mantenerse con vida.

Y llegó el día que le cortaron la mano, la única habilidad de la que realmente se enorgullecía, y sintió que le quitaban el poco honor que le quedaba; entonces la vió vagando entre los árboles, como un dulce espectro que venía a calmar los dolores tan intensos de su podrida alma. Y entendió que la única forma de dormir en paz sería volver a verla, saber quien era su salvadora, porque hacía que su corazón se acelerara solo con una mirada, y se convirtió en la razón principal para sobrevivir a la odisea de su viaje.

Y ahora la tenía allí, frente a él, más hermosa de lo que la recordaba, rodeada de lanzas dornienses y el mercenario contratado por Tyrion, que le hizo una ridícula reverencia cuando pasaron a unos metros sin detenerse. La dama no volteó a verlo ni un segundo, como si no existiera, y por un momento tuvo el deseo casi irrefrenable de correr detrás para que las brillantes orbes violetas se encontraran con las suyas aunque sea una vez; pero sus piernas no respondían, se sentía a punto de desfallecer.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora