XXV

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La oscuridad de aquella noche mostraba un escenario del pueblo muy diferente al que había conocido por la mañana

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La oscuridad de aquella noche mostraba un escenario del pueblo muy diferente al que había conocido por la mañana. Las calles aledañas estaban completamente desiertas, solo transitaban unas pocas personas por la zona donde estaban ubicadas las únicas dos tabernas que abrían durante toda la madrugada.

Acomodó la capucha de su larga capa negra que la ayudaba a mimetizarse con el ambiente, para luego bajar de su caballo. Esa vez no había logrado que sus guardias la dejaran sola, y tampoco había protestado al sentir el peligro que la perseguía como a una pequeña e indefensa presa.

La puerta de madera rechinó cuando fue empujada por Ser Torah, permitiéndole el paso antes de que el otro caballero ingresara tras ella. Quizá el extraño trío hubiera llamado la atención de haber llegado una hora antes, pero para ese momento solo quedaban unos pocos ebrios demasiado cansados para levantar la cabeza, y el cantinero que al reconocer los ropajes de la guardia dorniense preparó dos cervezas.

Ella solo asintió hacia los bancos de la barra donde el hombre había apoyado las copas, sabiendo que los hombres debían estar cansados después de cuidarla todo el día. No se lo dijeron nunca, pero igual tenía conocimiento de que Oberyn les había ordenado que no se separen de ella mientras no estuviera cerca; desde su llegada a King's Landing se habían convertido en sus sombras.

Aún sin descubrir su identidad se dirigió al fondo del bar, donde Oberyn estaba recostado sobre una mesa entre copas llenas y un plato de guisado intacto. Parecía no haber ingerido nada hacía horas, y al tocar su frente encontró que la temperatura era más elevada de lo normal. Por suerte tuvo el atino de elegir la cantina de una posada, quizá pensando en que llegaría a la habitación que había alquilado, aunque se había derrumbado allí antes de lograrlo.

-Oberyn- susurró con cuidado de no asustarlo, pues su oscura mirada estaba ida entre la pared detrás de ella y las pesadillas que lo perseguían despierto- Amor mío...

Aunque el Martell no la mirara, las lágrimas empezaron a caer silenciosamente por sus mejillas y se perdieron en la madera de la tabla debajo de su rostro. Entre la fiebre que hacía hervir su mente y los fantasmas que no paraban de perseguirlo, poco podía hacer para disociar lo que ocurría en su cabeza con la realidad.

-Dae- susurró sin saber si ella era otro producto de su elaborada imaginación- ¿Estás aquí?

El roce de la mano femenina en su mejilla le dio la respuesta, y no tardó en abrazarse al vientre de su esposa. Daena afirmó el agarre, preocupada de verlo tan confundido y asustado de su entorno.

Luego se encargaría de buscar los culpables de que Oberyn estuviera solo en un lugar como ese, aunque en su mente se recordaba que la principal responsable había sido ella. Por el momento, con un simple movimiento de cabeza logró que sus dos caballeros levantaran al dorniense, subiéndolo por la empinada escalera a la habitación que tenía reservada.

- ¿Está segura de quedarse aquí por la noche? - la oscura mirada de Malton revisaba con inquietud todos los puntos débiles del recinto.

Para Daena, tener a ese hombre cerca era un recordatorio de su tío y la protección que siempre sentía a su alrededor. El saberse acompañada en aquel lugar tan lejano a Dorne con su esposo enfermo era un bálsamo para su agitado corazón.

The golden Dragon /GOT/Donde viven las historias. Descúbrelo ahora