Había luna llena y su resplandor se extendía por todo el puerto. Como había previsto, las olas rugían como un león hambriento y rompía lanzando una lluvia de espuma blanca a la arena.
Un ligero frío del puerto de Asturias, provocado por una leve brisa del sureste, les arropó el cuerpo y les hizo vacilar e inspirar hondo.
—No eres el único al que le gustan lugares diferentes —Ronnie sonrió y miró al chico señalando un lado del puerto—. Mira.
El chico miró hacia donde estaba señalando. Con la luz de la luna y el reflejo de la luz del farol a la distancia podía divisar entre la oscuridad de la noche a un hombre sobre una gran piedra rocosa dejar caer a las aguas del puerto dos objetos de los cuales tuvo que agudizar su mirada y agradecer que la luz del farol le ayudase a descubrir que de dos cabezas humanas se trataba.
— ¡Mierda! No soy tan psicópata como tú —aclaró.
Miró al hombre y éste sonreía con nostalgia observando las cabezas desaparecer en la superficie del agua.
El chico hizo una mueca.
—No es que sea un psicópata es solo que... Tal vez fueron decapitados por el padre de ella. Tal vez les quitó la vida y sus cabezas, pero jamás su amor. Se fueron de esta vida amándose y aún sin saberlo... Su historia fue considerada más allá que una leyenda de amor.
Él lo miró frunciendo levemente el entrecejo sin comprender muy bien ninguna de sus palabras, pero asintió.
El hombre deseó no haber elegido ese lugar para huir del misil.
No debió observar con ataraxia el recuerdo de un amor cuyo responsable de su separación física fuera el hombre. Recordaba que, para él, el causante de su separación con Leila Owens fue el mismísimo tiempo.
La resiliencia con la que se había adaptado a la realidad de los hechos los últimos años era ahora una melancolía que acompañaba a su soledad.
Se preguntaba si ella lo recordaba, si ella estaría con vida.
— ¿Estás bien? —murmuró el chico.
—Sí —quitó la mirada de la superficie por donde habían desaparecido las dos cabezas y asintió mirando a la luna preguntándose si esa respuesta era cierta.
—Bien porque yo ya me quiero ir, no quiero que mi cabeza sea la próxima.
El hombre rio a carcajadas y Razvan accionó el cilindro.
— ¿Te puedo preguntar algo?
El chico asintió observando la estatua de la libertad sobre el mar a través de un cristal. Estaban en la parte trasera de un autobús turístico en el cual viajaba un grupo reducido de personas.
—Tú crees que, por ejemplo...
—Suéltalo de una vez —sugirió después de esperar un buen rato a que el hombre dijera la continuación de ese «por ejemplo...».
—Digamos que soy Razvan.
— ¿Digamos? —Razvan lo miró arrugando el entrecejo.
—Mi hijo —corrigió—, el de esta dimensión.
Razvan entrecerró sus ojos.
—Ya entendí.
El chico cerró sus ojos por un momento y los abrió para mirar una vez más a través del cristal.
—Me refiero a que soy Razvan y tengo una hermana, Emma.
—Yo no tengo hermanos —interrumpió el chico—. Al parecer todos los Razvan tienen uno menos yo.
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Efecto Casimir
Научная фантастикаYa había sucedido. No solo el dominio del tiempo, ya había sucedido las desgracias, muertes y destrucciones que originaron el caos. El pasado, el presente y el futuro debían hacer algo al respecto. Porque una vez que el tiempo fuese dominado, la re...