Capítulo Dieciocho: El problema no solo es Lorcan

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DIMENSIÓN DOS / Hora: 07:08 p.m.

Verse a sí mismo, pero de otra dimensión, de otra línea de tiempo o de otro universo realmente se le había hecho costumbre. El estar de un lado a otro, o de un tiempo a otro, le había permitido conocer a muchos de él mismo. Y se decía que nadie era igual, que en ninguno había similitud más si no era él mismo de su propia línea de tiempo. Y, sin embargo, él no tenía la misma mentalidad y no se parecía al niño que había visto minutos antes.

De todos los Razvan's fuera de su línea de tiempo que había conocido, solo uno le caía bien, uno que con honestidad podía llamarlo amigo.

Aunque sabía dónde vivía y los lugares con mayor posibilidad de encontrarlo, no se confiaría de su instinto. Aquél Razvan era, digamos... peculiar. «Un idiota que no se queda quieto en un solo sitio» -diría el Razvan que ahora lo buscaba.

Así que la mejor manera de dar fácilmente con el paradero de una persona -si es que estaba en esa dimensión-, era ir con el protector del tiempo de aquella misma dimensión. En este caso, el padrastro del Razvan que luego llamarían por otro nombre.

Se aproximó a la gran puerta de roble del santuario y distinguió unas voces, algunos eran murmullos y otras estaban elevadas. Era extraño el hecho de que en el santuario hubieran al menos más de tres personas. Agudizó su oído e intentó escudriñar qué era lo que decían.

—No se los puedo dar —arrugó el entrecejo, esa era la voz de Magnus, el protector del tiempo de esa dimensión—. Aunque sea para detener a Lorcan.

Lorcan, ese nombre le sabía amargo.

Si nombraban a ese hombre significaba que había o habrá problemas. Y él no era un superhéroe del tiempo, pero no quería percances en sus planes. Y Lorcan podría convertirse o no, en su mayor contratiempo.

Abrió la puerta sin previo aviso y entró al lugar llamando la atención de todos los presentes. Magnus estaba reunido con el chico que estaba buscando, una mujer de cabello negro como el azabache por los hombros, un hombre pelirrojo pasado los 50 años, y un chico como de su edad con aires de superioridad.

Tal vez ninguno se dio cuenta, pero a la mujer le brillaron los ojos cuando Razvan entró.

— ¿Qué sucede con Lorcan? -indagó Razvan caminando hacia ellos.

Divisó al chico que estaba buscando, tenía los brazos cruzados detrás del protector del tiempo.

Magnus inspiró hondo y dijo:

—El problema no solo es Lorcan, Razvan. Estas personas —señaló al frente—, quieren llevarse el cilindro protector de esta dimensión —miró a la chica tras una pausa y repuso-: y ya les he dicho que no puedo.

—Y lo entendemos —habló tranquilamente la mujer levantando las manos en señal de rendición—. Solo queremos prever que el cilindro no caiga en manos de Lorcan —miró a Razvan y continuó—: Todos sabemos lo que Lorcan siempre ha querido. Y supongo que también lo sabes ¿no? —Razvan asintió acortando la distancia—. Solo queríamos llegar primero que Lorcan y lo hemos hecho, debemos esconder el cilindro y detenerlo antes de que sea tarde.

—Es mejor evitarnos un mal final antes de comenzar —intervino el hombre pelirrojo mirando a Magnus—. Entendemos con claridad que hay un orden que debe cumplirse...

El recién llegado se tensó.

—... Y que cada cilindro debe estar donde debe estar —prosiguió—. O somos nosotros que queremos el orden, o es Lorcan quien quiere el dominio y control del tiempo y que no se detendrá hasta obtenerlo.

— ¿Ahora qué hizo? —indagó el recién llegado.

—Está creando réplicas de los cilindros -respondió su otro él de esa dimensión-. No sabemos para qué con exactitud. Podría ser para confundirnos con los originales cuando empiece con sus planes o por otra mala razón.

Efecto CasimirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora