Capítulo Nueve: La zona cero

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— ¿No le has dicho a ninguno? —Magnus inquirió fingiendo asombro.

Los chicos, simultáneamente, miraron a Kes. Pero Kes no se inmutó ante Magnus.

—No me habías dicho que era un trato en el que mi madre estaba involucrada.

Magnus dejó de sonreír y se encogió de hombros, fue a contestar, pero Arthur se adelantó.

— ¿A quién?

Magnus lo miró.

—A ti —confesó—, tres meses antes de morir.

Razvan hundió sus cejas.

Arthur sabía a quién se refería. Se trataba del hombre al que fue junto a Spencer, Reggie y Razvan a hablar el día anterior.

La idea de que Ronnie muriera le cayó pesado a Razvan, no dijo nada y decidió salir del lugar con Spencer detrás de él, Reggie al no saber si quedarse o no, optó por ir detrás de ellos.

Magnus prosiguió tras tomar aliento y miró a Kes.

—Sabes que no quiero esto —murmuró.

— ¿Dónde está mi madre? —inquirió ignorando sus palabras, trabajaba para Lorcan, sea lo que quiera o no, no le debe de importar.

—La he traído a esta dimensión —habló con honestidad—. Al parecer la número tres sirve para algo.

Arthur carraspeó ante esas palabras llamando así la atención de Magnus, este debió comprender el veneno de sus palabras ante un hombre que sí era de la dimensión cuatro y elevó sus cejas sin saber cómo excusarse.

Se prolongó un segundo de silencio que no tardó en convertirse en un minuto. No un minuto absorto en el cual ninguno sabía qué decir o aportar a las circunstancias de la situación. Fue más un minuto que se habían otorgado Arthur y Kes para escudriñar la verdad más allá de las palabras del hombre, pero no encontraron nada más que la incertidumbre que dejaron estas.

—No te conozco lo suficiente... —empezó Arthur sin convicción mientras lo miraba con dureza—. Pero puedo definir claramente que no eres de fiar.

—Un ideal que desde luego compartimos —replicó Magnus con una sonrisa.

Arthur entrecerró los ojos y notó cómo éste le ignoraba para pasar la vista a Kes quién se había adelantado a pensar la acción que debían ejecutar al mal porvenir que se acercaba.

—Lo que importa, Kes y —miró una vez más a Arthur—, anónimo, es que están metidos en un buen lío. Y supongo que les interesa que este lío desaparezca de sus vidas, por lo tanto, les propongo un trato.

—No haremos tratos contigo —escupió Arthur. Entendía el hecho de que no le conocía, pero el hombre llevaba consigo el áurea de un hombre al que no se puede confiar.

Además de que es cómplice y también culpable del secuestro de Ronnie, su secuestro. Pero finalmente, Ronnie decidió calmarse e inspiró hondo. No confiaba en Magnus, pero si lo había hecho para asegurarse de que la madre de Kes estuviera bien y a salvo, no tenía nada que objetar. Después de todo, en tres meses iba a morir y él, Arthur, en unos días.

Magnus se encogió de hombros y sonrió con una fatiga mal disimulada y teñida de sarcasmo. Pasó la vista a Kes y para la sorpresa de Arthur éste asintió indicándole con eso a que continuara sus palabras.

Arthur cambio de postura al de repente, sentir un fuerte dolor de cabeza.

— ¿Qué trato traes entre manos? —indagó Kes con afinidad.

El hombre sonrió satisfecho como si le ganara a otro comprador un objeto que iba a serle vendido por más dinero.

Ladeó la cabeza a ambos lados haciendo crujir los huesos de su cuello e hizo una leve mueca adolorida al finalizar, aunque Kes ya le conocía ese gesto, sabía que esa mueca era por haberse disminuido la tensión que se crea en la materia al ser desbordada de la raíz de sus orígenes, los pensamientos y las circunstancias.

Efecto CasimirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora