28: Serpiente.

17 2 40
                                    

Solange

Abrí los ojos repentinamente, teniendo como resultado una visión borrosa y escuchando que desde lejos un montón de gente gritaba con espanto.

Tardé unos segundos en poder ver bien. Mi memoria comenzaba a moverse a medida que mi visión mejoraba, por lo que recién entonces recordé lo que había sucedido antes de aquel aparente desmayo: mis alas estaban funcionando terriblemente mal. Pero volviendo a lo más importante, cuando mi vista se aclaró, pude darme cuenta de que me encontraba con la cabeza gacha, teniendo bajo mis pies toda la perspectiva del paisaje urbano desde arriba, pero... Solo había un problema. No me encontraba situada en ninguna superficie y no sentía el peso de mis alas.

La respuesta no demoró en presentarse, por no decir que su poseedor pareció leerme la mente. De repente sentí "algo" que no había sentido antes: me estaban apretando el cuello. Eso no es mortal para un ángel, claro, pero por eso no deja de indicar las malas intenciones de una persona. No obstante, no alcancé a intentar zafarme puesto que ese "algo" me apretó con mayor fuerza, y no eran unas manos. La textura era peculiar, difícil de explicar, aunque tampoco me dieron tiempo para pensar en una explicación. Una risa malévola se escuchó desde atrás.

-Vaya, veo que alguien por fin despertó de su... Siesta de apenas cinco minutos.

Después de la risa intercepté una voz. Masculina, hostil pero sosa.

«¿Quién demonios es?»

Justo después de mi pregunta, el poseedor de lo que me sostenía me hizo retroceder unos cuantos centímetros, los suficientes para dejarme caer de rodillas en la orilla del rascacielos, soltándome con aquel movimiento.

-Pero, ¿acaso podré saber la razón por la que esta angelita metiche me ha perseguido como todos los angelitos metiches que en lugar de ser los héroes del día solo son inútiles con alas de pollo? ¡¿Es que acaso no hacen cosas más útiles que andar siempre detrás de los pobres demonios?!

Por el desagrado que me generó escucharlo, deseé levantarme, girar a él y partirle su mendigo hocico de una buena vez, pero no pude hacerlo. Cuando lo vislumbré, pude reafirmar que las coincidencias aquí son algo de casi todos los días, así como los problemas.

Vestido con la larga chaqueta beige que llevaba todas las veces que lo había visto junto a su clásico e infaltable maletín, unos pantalones negros y unos costosos zapatos de cuero, pude reconocerlo. Aunque puede sonar patético, no conocía mucho su rostro más allá de las únicas fotografías que tenía la Triple A y la vez que lo encontré en el tanque, aunque al haber estado en oscuras era difícil distinguirle algún rasgo característico. Pero ese momento, en ese cálido atardecer salmón, era excelente. Por primera vez lo tuve frente a frente. Y no era un sujeto tan feo para ser demonio.

Su tono de piel era oscuro, con cierto pigmento azulado que permitía que los orbes ámbar de sus ojos fueran el foco de atención al mirarlo. Su cabello castaño oscuro presentaba algunas raíces blancas y tenía una oscura barba corta que ocupaba lugar en sus carillos y barbilla. Era un poco más alto que yo, además que parecía delgado. Y era imposible omitir las gigantescas alas negras que mantenía cerradas en su espalda, así como a su víctima, aquel hombre inconsciente al que parecía haber atado al pie de una enorme antena de comunicación a unos cuantos metros atrás de él. Esto último fue un descubrimiento que pareció elevar sus ganas de reventar en llamas, pero..., Menos mal que tenía mis tácticas para lidiar con situaciones así. Y justamente no eran tácticas de calma.

-No es solo una razón, Raymond. Tengo dos razones por las que vine hasta aquí, así que si gustas, puedes encargar unas donas y unas tacitas de té para conversar sobre ellas -expresé, tratando de sonar lo más hostil posible, extendiendo mis brazos hacia atrás y manteniéndome firme, con mi mirada más retadora-. Aunque creo que no hace falta decir que es ilegal secuestrar gente y... Fabricar y distribuir sustancias a las que podríamos traducir como "drogas".

AlmharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora