Helena
Entre todos los recuerdos en donde solo estaba yo había uno, particularmente uno, que no marcaba algo normal en mi vida.
Era algo excepcional. Lo que pasaba ahí era extraño. Oscuro. Turbio.
No llevaba los audífonos puestos. No pasaba ni un solo auto. Andaba sola en una noche oscura. Sin distracciones. Toda mi atención estaba centrada en esa calle, pero me sentía insegura.
Creo que me faltaban diez o quince minutos para llegar a casa, pero lo importante ahí era que la calle estaba muy oscura y apenas podía ver por dónde iba. Tan así, que de pronto fui tomada por alguien.
Abrí los ojos con espanto y mi cuerpo quedó tenso después de un escalofrío. Lo que recordaba era espantoso.
Después de ser agarrada por esa persona, había ido a parar a un callejón en donde me presionó de cara contra la pared y seguido a ello me tapó la boca con su mano con el fin de que yo no pudiera gritar. Lo único que podía ver era la pared de ladrillo que raspaba mi piel y solo escuchaba como su respiración entrecortada se asomaba a mi oído. Sin embargo, centrarme en esos detalles me llevó a darme cuenta de que no era la primera vez que recordaba ese momento. Ya lo había hecho más antes, precisamente el día anterior, cuando el cómplice de Raymond al que creí inocente me empujó contra la antena de la azotea y, al igual que el sujeto del callejón, hizo presión contra mí e impidió que alzara la voz.
Y pensar en semejante similitud me hizo pensar en otra cosa...
Ese recuerdo podía ser parte de mis últimos minutos de vida, aunque... Había visto algo parecido en un sueño, un sueño que había olvidado por completo hasta ese momento. O mejor dicho, se trataba de una pesadilla, una muy horrible pesadilla en la que fui asesinada en un callejón oscuro por...
—¡Alexander! —Grité de golpe, levantándome de un salto del columpio.
Y, como si asustarme fuera poco, sentí un gran peso en mi espalda cuando apoyé los pies en el suelo, lo que me llevó a perder un poco el equilibrio. Por suerte pude estabilizarme a tiempo para no caer hacia atrás, lo que no solo me dejó pasmada a mí, sino también a Solange. Tanto, que cuando me giré hacia atrás, la encontré en la orilla del columpio, hecha una bolita y mirándome como si hubiera visto a un monstruo. Confundida, miré a mis espaldas. Mis alas estaban ahí.
«¡¿Pero qué...?! Después de todo lo que pasé en estos días, ¡¿aparecen cuando no las necesito?!»
—¿Alexander? —Inquirió la pelirroja después de unos segundos, al parecer cuando se le fue el susto y, a cambio, le surgió un enojo bastante grande—. ¡¿Lo viste?! ¡¿Dónde está?!
No, no, ¡Alexander no estaba en ninguna parte! Era yo la que acababa de recordar ese extraño sueño y tenía que decírselo a pesar de que ella misma me dijo que era «normal» tener sueños tan disparatados en los primeros días como muerta, pero después de ese espantoso recuerdo ya no me parecía un sueño disparatado. Bueno, en realidad nunca me pareció eso. Siempre lo había sentido como una especie de «mensaje» tratando de comunicarme algo que no podía recordar... ¡Y al fin lo había recordado!
—No, no es que haya visto a Alexander. Es una cosa mucho más importante aún —le contesté rápidamente. El susto me hacía hablar rápido aunque yo tratara de calmarme—. ¿Recuerdas la vez que David te dijo en la escuela que yo creía que Alexander me había asesinado por un sueño que tuve?
El enojo de Solange fue desapareciendo a medida que me escuchaba, demostrando a través de su cara cómo iba cayendo en un estado de no entender nada. Al terminar de hablarle, ella entrecerró los ojos como si estuviera queriendo recordar ese momento y, después de unos segundos, respondió.
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...