9: Alejada.

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Helena

David y Sophie no eran dos angelitos inocentes que revoloteaban por los aires con caras de bebé como mi antiguo mundo representaba a los ángeles. Ahí los tenía, retándome a que me metiera la mitad de una barra de cereal a la boca sin tratar de masticarla. Me resultó una idea estúpida y peligrosa, más para alguien que acababan de conocer, pero ahí estaban, gritándome "¡Come, come!" como unos niños hasta que Solange los obligó a callarse.

—¿En serio esperan traumarla en su primer día aquí? —Les preguntó la líder ni bien apareció tras la puerta de la pequeña habitación—. Chicos, tengan empatía con su nueva compañera, ¿sí? Yo limitaría mis ganas de asustarla al menos hasta su segundo día.

Dicho esto se acercó a dónde nosotros, particularmente a David, a quién le arrebató de un matonazo la barra de cereal que sostenía y que tanto insistía en que me la comiera. ¿Lo bueno? Se la terminó comiendo ella.

—Como sea... —añadió la pelirroja mientras cubría su boca llena con la palma de su mano, dejando perplejo a David y a Sophie aguantándose las risas por dejarlo en ridículo—. Tenemos que volver a casa.

David suspiró profundo y luego puso los ojos en blanco.

—¿Al menos puedes pagarme lo que te comiste? —le consultó a Solange severamente a la par que iniciaba paso hacia la salida.

Lo único que llevaba él era un viejo teléfono móvil, de aquellos que se consideraban "indestructibles" para su época, el cual sacó del bolsillo delantero de su jean para revisar la hora.

—¿Disculpa? Conste que ese cereal no era tuyo —La chica de cabello rojizo salió atrás de él hablándole divertidamente, por lo que Sophie y yo nos dispusimos a ir tras ella.

De no ser por la mirada que me dedicó la rubiecita mientras se encogía de hombros, me hubiera sentido muy dejada de lado por todos, como si no importara realmente. O quizás no debía ser una prioridad para ellos. Probablemente ya habían lidiado con estas cosas más de una vez. Además, y para ser sincera, no sabía en qué lugar estábamos exactamente. Me volteé a ver detenidamente el interior de la habitación antes de cruzar la puerta, prestando una particular atención a esa camilla vacía, cuyas sábanas azules arrastraban el suelo.

«¿Acaso esto es una especie de enfermería?»

Pero, en caso de ser así...

«¿Enfermería de qué?»

La respuesta resultó estar pasando la habitación. Al hacerlo, me encontré en una sala completamente blanca, con bancas negras alrededor de una mesa enana de roble oscuro. En ellas solo encontré un hombre y una mujer esperando, quizás, acceder a otra habitación mientras leían unas revistas. Dentro de esa sala colgaban un par de cuadros que captaron mi atención enseguida. Uno de ellos, mediano y colgado al lado de la puerta de una Secretaría, mostraba una simple fotografía de unas cuantas personas sonriendo alrededor de un enorme cartel que decía "250 Aniversario de la Asociación de Ángeles de Almhara: Reunión Canadá 2015".

Al menos ya supe de qué se trataba.

Sin embargo, el otro cuadro le triplicaba en dimensiones. Enorme, centrado en medio de la sala, mostraba una pintura increíblemente llamativa acerca de un ángel cubierto con armaduras de plata clavándole una larguísima espada a un demonio de pieles rojas ardientes, dándole justo en medio de su corazón. Dándole un último vistazo, conservando una sensación de sorpresa y admiración por tan detallado trabajo, seguí a los demás chicos por el resto de la sala hasta llegar al comienzo de unas escaleras que bajaban en forma de caracol.

Un piso abajo se encontraba lo que parecía una recepción, aunque era de lo más llamativo que podría haber visto antes. Alrededor del escritorio, tanto como por arriba como por abajo, unas larguísimas plantas enredaderas de un bellísimo color verde con algunas florecitas de resaltantes tonos rosados le aplicaban alegría al establecimiento, quitándole la seriedad que pude haber imaginado hacía un minuto atrás, cuando comprendí que me encontraba dentro de la Asociación. Frente a las plantas logré captar una puerta cuyo señalador escribía la palabra "Dirección" y, al lado derecho de la misma, un retrato de Amalia en blanco y negro donde se la mostraba sosteniendo en sus manos un pañuelo que no me detuve a ver con detalle. A su izquierda, se detenía otra banca negra y un pasillo con un señalador que decía "Administración".

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