2: Rareza.

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Helena

Abrí mis ojos repentinamente, como si una terrible pesadilla hubiese perturbado mi sueño.

Me sentí extraña.

No sabía en dónde estaba, ni qué hacía en aquel lugar, ni qué me sucedía. Un techo completamente blanco fue lo primero y único que mis ojos lograron vislumbrar.

Cuando me di cuenta de que estaba acostada, decidí sentarme para observar y descubrir aquel lugar, aunque en pleno movimiento llegué a sentir una atroz punzada en mi espalda que me obligó a liberar un quejido casi al instante de sentirla.

Apoyé mi mano derecha sobre la zona del dolor. No sentí incomodidad alguna al tocarla, lo cual me causó una ligera sorpresa. En solo un segundo aquel intenso malestar desapareció, como si fuera por arte de magia. Entonces pasé a observar mis piernas y les diré que nunca imaginé que por una acción tan simple iba a dar ojos con un peculiar detalle que me hizo ruido al instante: mi vestimenta. Llevaba puesto un camisón color aqua, de una tela fina y casi traslúcida, nada similar a mis prendas habituales.

Fue ese momento en el que supe en qué tipo de lugar me encontraba.

Las paredes de toda la habitación no variaban más allá de un triste color blanco; mientras que las baldosas grises del suelo se veían tan opacas que llegaron a causarme una fea sensación. Desde mi punto de vista resultaba ser un cuarto demasiado monocromático y aburrido. Giré cautelosamente hacia mi derecha, localizando una ventana ancha y cubierta por unas cortinas igual de blancas que la pared. Entonces volteé hacia mi izquierda. De aquel lado solo encontré una mesa auxiliar de roble y, sobre ella, un jarrón con flores frescas, siendo una preciosa rosa blanca el principal llamado de mi atención.

-Esto es... ¿Un hospital? -dudé en voz alta.

Estaba en lo cierto. Aquello no era más que una simple habitación de alguna clínica o de algún hospital. Pero...

«¿Qué hacía yo ahí? ¿Acaso me habían internado? ¿Por qué?».

-¿Por qué estoy aquí? -me pregunté al estudiar tan extraño ambiente, tratando de encontrar algo medianamente familiar-. ¿Qué me sucedió?

De manera automática intenté concentrarme en buscar recuerdos anteriores a ese despertar. No obtuve una respuesta clara.

-Yo estaba en... ¿La escuela? -volví a consultarme, resonando mi voz por todo el espacio-. No. No creo que en la escuela me sucediera algo grave. Luego de clases, fui a casa... ¿Verdad?

Mi memoria no me estaba ayudando mucho. Pues, después de hacerme esa pregunta, mi mente proyectó un único recuerdo donde Mikaela, mi mejor amiga, y yo desayunábamos chocolate caliente en los pasillos del colegio frente al cálido humo que provenía de nuestros vasos.

No recordé otro momento posterior fuera de aquella escena bastante normal de todos mis días, ni tampoco uno anterior.

Volví a introducirme dentro de la búsqueda de alguna otra respuesta, hasta que de un segundo a otro la puerta de la habitación fue abierta, lo cual me generó un enorme susto. La impresión se agravó con el chillido del acceso y la aparición de una mujer. Para mi suerte se trataba de una enfermera, quién llevaba en sus manos una bandeja de plástico en la que trasladaba al menos unos tres platos de comida, todos de distinto tamaño. Una vez que cerró la puerta, me dirigió su mirada.

-Buenos días. Veo que has despertado hace rato -me saludó-. Te vine a traer algo de comida. Has pasado muchas horas dormida y lo mejor es que comas un poco para recomponer fuerzas.

Permanecí en silencio durante unos segundos, mismo tiempo en el que la enfermera tardó en servir la bandeja sobre la mesa auxiliar.

-Buenos días -le devolví el saludo después de reaccionar a sus movimientos-. Gracias por la comida, ya me estaba sintiendo muy hambrienta.

AlmharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora