Un insoportable olor a humedad recorría el gélido y oscuro ambiente. El silencio era clave, pues como en casi todas las noches, todos y cada uno de los demonios en sus celdas convivían con sus propios pensamientos hasta quedarse dormidos. Sin embargo, esa noche sería diferente. La llegada de un nuevo demonio siempre era interesante.
Muchos de los presentes lo conocían, otros no. Los que no, simplemente siguieron en lo suyo. Los que sí, se dividieron en dos criterios: los que lo llamaban idiota y sabían que hacía lo que hacía por mero interés, y los que creían que era un genio. Lo triste era que de todos ellos, solo un par estaba a su favor. El resto celebró al contemplar una escena tan maravillosa sin conocer la verdad que había detrás, habiendo incluso alguno que otro que le gritó cosas. Que creyéndose tanto, ahí había acabado. Que aún con todos sus privilegios, era igual a los demás.
-Así que... ¿Un batido de fresas fue lo último que comiste antes de llegar aquí? -para su quizás poca fortuna, su compañero de celda era cierto demonio joven de cabellos cada vez más desteñidos que, con casi nada de energía, acababa de despertar de su cuarta o quinta "siesta" del día-. Qué envidia, aquí solo nos dan papilla rancia dos veces a la semana.
Raymond solo levantó el pulgar con pocas ganas porque el dato se le hacía irrelevante. No le caía bien la gente joven y Alexander no era la excepción. Lo único que había hablado con él fue para responderle a la clásica pregunta de cómo terminó ahí, por lo que solo respondió, sin entrar en detalles, que se trataba de un trabajo especial. Pero como Alexander extrañaba conversar con otros y esa respuesta se le hizo tan aburrida, optó por preguntarle qué había comido por última vez. Aún así, el viejo demonio no quería conversar. Solo esperaba, sentado a un lado de la puerta de su celda, a que cierta persona apareciera
-Dos malditas horas... -musitó con rabia y mirando hacia las vacías y oscuras celdas de enfrente-. Estoy aquí desde hace dos malditas horas y todavía no has regresado.
Su paciencia se estaba agotando. Quería saber si pagarían su promesa, si había hecho bien su trabajo y si todo estaba en orden. Pero si algo identificaba a quién tanto esperaba, era que le gustaba hacer sufrir a las personas. Aún si se trataba de demonios.
-¿Qué decías, Raymond? -justo cuando él prefirió mirar hacia otro lado, la voz atrevida de una joven lo tomó de sorpresa.
Enseguida volvió a mirar hacia enfrente, encontrando en una de esas celdas a dos ojos deslumbrantes que lo contemplaban con sutileza. Varios de los demonios trataron de mirar hacia esa dirección a excepción de Alexander, quién acostado en la cama se limitó a maldecir en voz baja. Esa voz lo tenía harto.
-¡Ah, nada, mi queridísima Diana bonita! -respondió Raymond después de pasar saliva, forzando una gran sonrisa para así disimular su susto-. ¡Solo me preguntaba si todo estaba en orden! Ya sabe, me preocupa mucho que algún guardia entre por la puerta y... No la vea en donde debería estar.
La propietaria de los peculiares ojos comenzó a reír por lo bajo y avanzó hacia la luz del pasillo, enseñando así su figura. Era una joven que no pasaba los veintiún años de edad, pero por su apariencia parecía de más. Su tez era tostada y el color de su cabello ondulado estaba dividido en dos: la mayor parte era castaño y abajo era dorado. Vestía con un pantalón azul de jean, una musculosa de color carmín y una chaqueta negra de cuero cuyas mangas tenían el detalle de una línea roja, aunque pronto tendría que cambiarse esa ropa por un pantalón desgastado y una sudadera desteñida para pasar desapercibida cuando el guardia de la madrugada entrara a su turno.
-No hace falta preocuparse tanto y menos teniendo en cuenta que el demonio que me prestó su energía acaba de desmayarse, ¡justo cuando estábamos hablando con nuestra Majestad acerca de lo que hiciste! -exclamó ella con cierta molestia a la vez que trasladaba su mirar hacia la celda que tenía en diagonal. Desde ahí pudo interceptar al hombre al que había utilizado durante esa noche, inconsciente delante de su puerta. Luego miró a Raymond otra vez, dejando de lado el desperfecto-. Me contaron que hiciste un buen trabajo, Ray, justo como lo planeé. No solo llamaste la atención de todo el mundo con tu compañero, sino que también atrajiste a dos ángeles contigo y... ¡Ah, qué detallazo! ¡Justo fueron las dos angelitas que quería!
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...