Solange
¿Qué otra cosa podía compensar el hacerme madrugar un domingo que no fuera un buen desayuno en mi cafetería favorita? Adoro que Amalia sepa llevarme las mañas sin que yo hiciera un comentario al respecto, aunque a la vez podía presentir que su idea de desayunar ahí en lugar de su casa o mi departamento se debía a una cosita en especial. Una cosita no muy pequeña, seguro, pero que tenía que ser propuesta junto con un buen frappuccino para mí y un café cortado para ella, en un espacio tranquilo donde el color predominante era el ocre y el sonido del ambiente era el resultado de una mezcla entre las conversaciones de los clientes y las canciones de pop más actuales que sonaban en los parlantes.
-Estaba pensando, Solange... -sí, con solo escuchar esas tres palabras ya pude confirmar que no me equivocaba en prever que lo próximo que diría sería una propuesta-. En preguntarte si quieres tomar la investigación de esta supuesta "Majestad", tomando en cuenta que fuiste tú la que concretó el caso de Raymond y que sería un poco injusto de mi parte no tomarte en consideración para la misión que le procede. Claro, sabiendo también que te enteraste junto a mí de todo este embrollo y que estoy segura de que me odiarías si postulo a cualquier otra persona para tomar el caso en lugar de a ti.
No, gente, tampoco se crean esa exageración, ¡porque jamás odiaría a Amalia por algo así! Aunque acepto que me hubiera dolido un poco si hubiese elegido a cualquier otro buen angelito de la Triple A en lugar de la pelirroja madrugadora que siempre anda atrás de ella. Me sentí reconocida, feliz y orgullosa de mí misma por haber ganado por segunda vez consecutiva un caso relevante. Relevante porque quién sabe cuántos demonios hacen y han hecho de las suyas por encargo de su "Majestad".
-Que te detengas a pensar en preguntarme tal cosa me ofende, Amalia -contesté después de darle a mi frappuccino congelado una buena probada. Le faltaba un poco de dulzor, pero sabía exquisito. Perfecto para acompañar la buena noticia-. Porque sabes bien que mi respuesta siempre será un gran «sí». Mi deber es mi deber y no lo he dejado de cumplir ni siquiera cuando tengo otras responsabilidades como una recién llegada a la que cuidar.
Amalia, quien justo estaba tomando de su tacita de café, me miró un poco extrañada, levantando una de sus cejas. Por un momento pensé que había dicho algo malo, pero en realidad ese gesto se debió a que se había olvidado de ponerle azúcar a su infusión.
-Imaginé que te tirarías flores a ti misma -alegó ni bien tragó su buen sorbo de café amargo para después endulzarlo con un sobrecito de azúcar-. Aunque no te emociones demasiado. Primero debo hablar de esta propuesta con los demás directivos, que dicho sea de paso, ni siquiera están enterados de este asunto.
¿Emocionarme? ¿Yo? ¿Cómo cree?
-Lo aprobarán. Esos antepasados me adoran -aseguré para posteriormente cambiar de postura, estirando bien mis piernas y sentándome casi apoltronada en la incómoda silla de madera, pero no me importó demasiado. La incomodidad es psicológica. Solo necesitaba unas gafas de sol para demostrar un poco más lo genial que me sentía, pero... Amalia era una experta en bajarme rápidamente de las nubes.
-Es que tú no eres el problema. Atardecer sí lo es -confesó a la par que regresaba su tacita sobre la mesa ya que la había levantado para seguir tomando su café, pero al parecer primero prefirió golpearme en el ego-. Fischer no estará convencido de asignarle a tu escuadrón una misión de ese nivel, pero sé que eso es justamente lo que necesitan para no ser disueltos en diciembre... Confío en que sabrás orientar a tus menores, Sol.
Olvídense de las gafas. No había imaginado que la misión tenía que ser concretada en grupo, pero eso no era lo que me preocupó, sino el mero recordatorio de que Atardecer se encontraba en una situación... Complicada. Casi nunca hablábamos de ello, pero estábamos al borde de la deriva por pasar ya un año sin cubrir el mínimo de miembros que requiere cada escuadrón para funcionar. Seguíamos de pie solo porque hacía unos siete u ocho meses habíamos dado con una misión espectacular, que fue casi como una película de Scooby-Doo y de la que seguro les contaré algún otro día, pero Amalia ya nos había advertido en febrero que no nos darían mucho más tiempo para reclutar nuevos miembros. El mínimo era ocho y nosotros éramos cinco. Cinco contando a Helena. Por eso fue que la invité a formar parte del escuadrón ni bien la conocimos, además de que así sería más fácil asegurarle un lugar en mi departamento. Pero como fuera, Amalia en algo tenía razón.
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...