19: Simpatía.

84 7 49
                                    

Helena.

-¡Despierta, Helena! ¡Se nos hará tarde!

¿Qué mejor manera de despertar un lunes a las siete de la mañana que cayendo de espaldas del incómodo sofá en donde duermes?

Esperen, acabo de olvidar añadir un pequeño detalle.

¿Qué mejor manera de despertar así, siendo tu primer día de clases en una escuela de muertos?

Corrí al sanitario casi a los tropezones para vestirme. Todavía veía borroso por haberme despertado tan de golpe y por la incandescente luz del sol que accedía desde el ventanal y me dio de lleno en la cara. Solange había sido la responsable de sacarme de mi sueño al gritar como histérica.

Y yo qué estaba soñando tan lindo, con paseos en un parque y una linda chica pelinegra que no pude recordar quién era...

Me puse un suéter azul con corazoncitos negros, un simple jean y mis zapatillas negras de siempre. No me veía del todo mal hablando de la vestimenta, pero del cuello para arriba... Parecía sobreviviente de un apocalipsis zombie. Tenía el cabello lleno de frizz atado en una coleta desprolija, las ojeras tornadas de color violeta y los labios partidos como si fueran de hielo.

¿Podía haber algo peor? Claro que sí.

Fue llegando al living cuando descubrí que mi vestimenta también estaba mal. Encontré a Solange terminando de tomar su café y vestida con el uniforme de nuestra escuela: una camisa blanca de mangas largas con una pequeña corbata negra y una falda azul marino. También cubría sus piernas con unas pantis negras debajo de su falda. Como calzado llevaba unas bonitas zapatillas blancas con detalles plateados.

¿Cuál era el problema entonces?

Claro: ¡ni siquiera había recordado que tenía que vestir con un uniforme! Pero, ¿de dónde rayos lo iba a conseguir? Ser nueva en este mundo y no pensar dos veces antes de inscribirse en la escuela trae sus desventajas.

«Maldita bienvenida de Alexander y sus ganas de distraerme».

Y, para empeorar las cosas, no pude probar ni una sola galleta. Ni bien me vio, Solange me señaló que ya era hora de irnos.

«¿No hay ningún desayuno para mí?».

Por suerte la distancia entre el departamento y la escuela no supera los treinta minutos, aunque de todas formas llegamos tarde. El colegio, tanto por dentro como por fuera, se veía tan tranquilo como el día que llegué. No intercepté a nadie andando por la galería más allá de un conserje. Tampoco se escuchaban voces. Por poco parecía que Solange y yo éramos las únicas alumnas de la institución. Dos alumnas muertas.

-Señor Gutiérrez, ella es Helena. Como sabrá, llegó el jueves pasado a Almhara y quiere continuar con sus estudios en la institución -le explicó Solange al director cuando nos permitió pasar a su oficina. Fue lo primero que hicimos al llegar a la escuela-. Ella le consultó a Alexander algunas cosas y supuse que ya la había inscripto, ¿no es así?

El hombre, sentado desde su escritorio, me vislumbró con atención a la par que oía a mi compañera. Parecía que trataba de recordarme hasta que lo logró, entonces me dedicó una sonrisa. Luego se levantó a tomar una carpeta casi vacía del estante que tenía detrás.

-Helena Seabrooke, alumna para penúltimo año. ¿Es usted, verdad? -me consultó a medida que revisaba una y otra vez una hoja en específico de la carpeta. Parecía ser un fichero con la poca información de mí que le proporcioné antes-. Sí, está inscrita correctamente. La recuerdo bien, señorita. Usted se acercó el día jueves a última hora a dar aviso de su inscripción. Lo único que necesitamos de usted es su documentación oficial, pero viendo que llegó el mismo jueves dudo mucho que haya iniciado los trámites... ¿Está segura de que quiere comenzar de todas formas?

AlmharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora