6: Tropiezo.

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Helena

El deslumbre del sol de mediodía dio justo contra nuestros rostros apenas dimos un paso a las afueras de la escuela. Alexander y yo nos dedicamos a bajar los escalones de la entrada, buscando salir a la calle. Tenía una leve sensación negativa por lo que acababa de contemplar en el interior del colegio, pero quizá lo que debía hacer era distraerme.

Estaba muerta. Lo más probable era que mi cabeza estaba llena de nudos y vueltas inentendibles, haciéndome ver o imaginar cosas que quizás jamás sucedieron. La despreocupación de Alexander fue un mínimo factor para comprobarlo.

Y, por alguna razón, sentí que la compañía de alguien podría servir de mucho para comprender lo que me estaba sucediendo. Para conocer el nuevo mundo en el que me encontraba y tratar de entender lo que hace uno cuando ha dejado de vivir.

No me sentía preocupada, ni triste. De hecho lo que menos hice fue prestarle atención a mis sentimientos desde entonces.

Alexander mencionó que íbamos a almorzar. Yo realmente necesitaba comer algo y escuchar sobre las nuevas cosas que me esperaban en este mundo, conocer mi futuro.

Necesitaba saciar mi curiosidad.

Una extraña e inoportuna curiosidad.

—¿A dónde vamos a comer, Alexander? —le consulté a mi acompañante una vez que llegamos a la calle. Se encontraba tan vacía como casi todos los mediodías, minutos antes de finalizar el horario de clases. Al sonar la campana, todo se convertía en un caos de adolescentes queriendo huir cuanto antes a sus hogares. Menos mal que nos estábamos yendo temprano.

El peliverde comenzó a caminar hacia la izquierda con lentitud, esperando a que yo siguiera sus pasos.

—Conozco un lugar a donde voy a almorzar día por medio, iremos allí si tú quieres —respondió mientras me miraba detenidamente, esbozando una simpática sonrisa. Yo asentí con la cabeza—. Y, Helena, si quieres, solo llámame "Alex". Solo la gente más grande que yo me suele llamar "Alexander", y no veo que tú lo seas.

Ambos reímos. Él me dedicó su divertida mirada por unos pocos segundos, justo antes de comenzar el camino hacia nuestro destino, lo cual aproveché para seguir observando con atención todo mi alrededor. Si bien estábamos dentro de lo que era un "calco" de mi ciudad, los cambios que iban apareciendo conforme avanzaba me impedían guiarme correctamente. No sé cómo pude haber llegado tan bien a mi casa y al colegio. Tal vez la desesperación del momento había sido la encargada de manejar mi mente.

También me seguía cuestionando a qué clase de lugar nos dirigíamos. Probablemente se trataba de un restaurante o la casa de alguno de sus familiares muertos. Ya quería verlo.

¿El resultado? A primera vista lo consideré "malo".

Pasaron unos quince o veinte minutos después de haber salido de la escuela. Aparentemente Alex no se dirigía al centro de la ciudad, zona en la que se ubicaban la mayoría de los restaurantes. Su camino conducía a otro lugar, un lugar del que preferí no preguntar. Decidí seguir a su lado durante todo el recorrido sin decir una sola palabra respecto a ello, por si se incomodaba. Solo le conversé sobre otras cosas.

«Cosas de muy poca importancia, cosas quizás un poco privadas».

—¿Cómo fue que llegaste a Almhara? —le consulté en un momento, matando el silencio que había entre los dos—. Yo desperté en el hospital principal, pero me gustaría saber si a todos les pasa igual.

—Es una buena pregunta, Helena, porque la llegada no es así para todos —me respondió instantáneamente—. Yo desperté en otro lugar. Supongo que el destino supo desde un principio que detesto los hospitales.

AlmharaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora