14: Lamentos.

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Mundo de los Vivos.

Veintidos horas con cuarenta minutos.

La noche fría y lluviosa dejó caer su manto de neblina sobre las calles de la ciudad. Amigos y conocidos de Helena salían del Salón Fúnebre. Cada uno cerró la puerta con lentitud, el silencio era impresionante.

Una cadena de personas vestidas de negro alteraban las calles nocturnas.

Entraban a sus autos sin ninguna expresión, o seguían su camino a pie, dejando sonar únicamente el sonido de sus pasos en el suelo húmedo, sumando además algún que otro cruce de miradas confusas.

Ninguno entendía lo que había pasado.

A algunos todavía les costaba creerlo.

Más de veinticuatro horas de autopsia habían sido tragadas, con la peor desesperación de la familia de Helena, por nada. Se sabían las razones de su muerte, se sabía el lugar en donde cayó su cuerpo, pero el paradero del asesino era desconocido. La Ley prometió seguir detrás del responsable, pero quienes exigían una respuesta, empezaron a verlo como una farsa.

La búsqueda se volvió vaga. Las calles habían dejado de ser vigiladas. Las calles habían dejado de ser vigiladas. Las camionetas de la policía descansaban en el estacionamiento de la comisaría al compás que la lluvia caía sobre sus ventanas. Los encargados de investigar no le ponían muchas ganas. El comunicado dado a la familia solo decía que "se hace lo que se puede", a pesar de no haber hecho casi nada.

Como siempre, el que gana es el que mata y el que muere es el que pierde.

Rebeca y su madre, Marina, seguían llorando al lado del cajón cerrado de su hermana e hija. Habían vestido a Helena con su vestimenta favorita, que consistía en un vestido blanco de encaje con cuello en escote V. En su rostro habían aplicado las purpurinas moradas que se ponía cuando salía de fiesta.

Sin embargo, se negaban a verla en esas condiciones. Inerte, sin la sonrisa que tanto recordaban. Les dolía en el alma tener que despedirla así, fría como el hielo en contraste con la calidez habitual que siempre emanaba.

Rezándole a Dios para que su hija descansara en paz, Marina no despegó del techo su dolorida mirada. Estaba segura de que su hija estaría descansando en el cielo para siempre. También había pedido por los policías y los investigadores, para que encontraran al asesino lo más pronto posible. Un delincuente que en ese momento seguía vagando normalmente por la ciudad.

Rebeca, por su parte, se negaba a orar por el eterno descanso de su hermana. Ella sabía que orar no serviría de nada. Sabía que ni una ni millones de oraciones a santos de existencia dudosa podrían frenar el dolor que ellos sentían por Helena, ni tampoco podrían detener al culpable, ni mucho menos llevarlo a su castigo. Ella no creía en la oración, al contrario. Pensaba que las oraciones tomaban un objetivo completamente distinto y todo lo pedido regresaba en forma de cuchillas.

"Mamá, siempre has orado por la paz de tu familia. Dime, ¿de qué te ha servido?"

Abraham, padre de familia, terminaba de limpiar la parte trasera del coche fúnebre. Le costaba seguir allí. Su respiración se había vuelto pesada y el dolor en su pecho era impresionante. Jamás se imaginó verse despidiéndose de uno de sus hijos, lo que le causó un fuerte estado de confusión e impotencia. Por suerte sus pastillas habían logrado calmarlo por el momento.

Addley, hermano mayor de Helena por dos años, ayudaba a su padre, llevando al auto las coronas de flores llevadas por los invitados.

Se le era difícil dejar caer sus lágrimas, a comparación con sus demás familiares. Sentía más rabia que dolor. Sentía impotencia. Sentía ganas de tomar un cuchillo y apuñalar al asesino.

Y fue un momento en el qué, durante el trayecto entre el salón y el auto, una de las coronas se le cayó accidentalmente. Por pura casualidad, había visto algo que lo había perturbado al instante, dejándole como reacción la inmovilidad de sus manos.

Un aura oscura, de casi su altura, lo observaba desde la entrada de la cochera a partir de dos enormes ojos amarillos.

Dos ojos que lo observaban atentos, sin causar el más mínimo movimiento.

El corazón de Addley comenzó a latir tras el terror que sintió al ver esa mirada de tan repentina visita. Se quedó callado por temer hablar y ser atacado por esa cosa. Inmóvil, por el miedo a pasar por el mismo destino que su hermana.

-¡Addley, ven acá! -lo llamó su padre desde el auto.

Entonces el muchacho pestañeó tres veces seguidas al reconocer la voz de su padre y se inclinó a tomar la corona de flores. Sin embargo, una vez que se levantó del suelo, volvió a ver la puerta de la cochera. El aura se había ido.

-¡Addley! -volvió a gritarle Abraham, insistente.

Tragando saliva del susto, con su mente perturbada y a la vez confundida en un sinfín de preguntas, se dirigió al coche y le entregó la corona a su padre.

"¿Qué habrá sido eso?"

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