10: Calidez.

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Solange.

La calidez que sentí en esa mañana de primavera fue simplemente agradable. Cubierta con mi suave manta bordó, con la cabeza apoyada en la almohada, soñando con la victoria más bonita de todas.

«Al fin te tengo con la cola entre las patas, estúpido demonio».

Sentí una brillante luz darme en la cara, pero no le presté atención. No deseaba despertar. Solo quería seguir ahí, soñando con su cuerpo desvanecerse en forma de polvo y volando alrededor de mis ardientes llamas de fuego. Escuchando su último gemido después de tantas súplicas cubiertas de dolor y desesperación ante mis ojos de llamaradas verdosas. Sentir como todo lo que tenía, había sido destruido por mí en un miserable segundo.

Entonces desperté.

Ya me parecía extraño que, dentro de un sueño que representaba mi más grande deseo, una canción comenzara a sonar de la nada. Y no era cualquier canción. Esa era "mi" canción.

Me senté en la cama de inmediato, apareciendo debajo de la manta y tomando mi teléfono de la mesa auxiliar con los ojos entrecerrados. La luz del sol en las mañanas, que entraba directamente por la ventana y me daba en la cara, me estaba dando un molesto despertar.

Respondí a la llamada con solo deslizar mi dedo índice sobre la pantalla. Nadie saludó. Finalizaron la llamada apenas me escucharon, por lo que sentí una furia tremenda que, de no ser por mi conciencia sobre las consecuencias, me habría hecho tirar mi teléfono contra la pared. ¿A quién mierda se le ocurre despertarme así? Me fijé en la pantalla una vez que mis ojos se calmaron ante la luz del sol. Número desconocido. Con razón tenían la intención de joderme la vida.

Sin embargo, en ese momento escuché algo que provenía de afuera de mi habitación. Era una suave voz femenina cantando una canción en inglés que me costó reconocer. Creo que era de Coldplay o uno de esos grupos de la década pasada.

¿La vecina se había puesto a cantar en su día de descanso mientras hacía la limpieza? No, se oía demasiado cerca.

¿Celeste? ¿Qué haría esa idiota tan temprano en mi casa? Normalmente no lograría sacarla de la cama ni aunque fuera para desayunar la foto de un tipo en calzones.

Y, entre tantas adivinanzas sin éxito, terminé escuchando el ruido de un vidrio estallando contra el suelo.

«¡Maldita sea! ¡Ladrones! ¡Celeste! ¡El zorrillo de la señora Misty! ¡Quién seas, sal ya de mi casa!».

Me levanté de la cama lo más rápido que pude, poniéndome mis pantuflas de monstruo al revés e ignorando completamente los breteles caídos de mi piyama. ¡Y a mí qué me importó que me miraran así! Lo único que me importó fue asegurarle a esa persona lo pronto que se tenía que ir, hasta que... Ah. Hasta que llegué al comedor y la vi ahí, con un plumero de colores, tratando de limpiar la alacena en donde guardaba los trastes. Maldita seas, Helena, eras tú.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunté desconcertada al verla con ese montón de plumas en la mano, llenando de polvo el aire—. ¿Rompiste algo?

Helena dejó de cantar ni bien me escuchó y se volteó a observarme. Fue preferible creer que se asustó un poco por mi enojo y no por mis terribles ojeras o mi cabello revuelto como el de una bruja.

—Buenos días, Solange —me saludó unos segundos después, con un tono tan suave que apenas había logrado escucharla—. ¿Cómo amaneciste?

«Sigue ignorando mis preguntas, linda».

Me acerqué a ella para tratar de averiguar lo que había sucedido. La descubrí intentando ocultar un vaso de vidrio hecho pedazos detrás de un portarretratos, pero no dije nada al respecto. Esa mocosa era un desastre.

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