Mundo de los Vivos.
La familia Seabrooke acudió al cementerio después de dos días tras el entierro de su querida Helena. El dolor seguía presente al igual que las incógnitas y la esperanza por conseguir pronto el paradero del asesino. Esperanza que fue disminuyendo en algunos miembros de la familia al contemplar cómo se seguía buscando sin mérito por la ciudad. Las novedades eran nulas.
Sin embargo, tanto Rebbecca como Addley presentían el manejo de la situación. Ella ya lo había visto muy de cerca una vez, cuando años antes un compañero de su clase había sido asesinado también. La justicia nunca encerró al culpable, teniéndolo como cualquier persona por las calles bajo el temor de todos hasta el día en el que partió a otra ciudad, más que probable para seguir haciendo el mal.
Con unas cuantas lágrimas cayendo sobre la lápida de la joven, cada miembro de la familia le dejó una rosa blanca en conjunto a otras flores todavía frescas, dejadas ahí por otros amigos y familiares.
Estaban a punto de darse la vuelta y regresar a casa en cuanto escucharon a un hombre toser repetidamente, como si se estuviera quedando sin respiración. Con mucho susto ante el repentino sonido, la familia buscó con la vista al dueño de la tos hasta que lo encontraron. Parecía estar a punto de caerse por el ataque de asma que le había dado. Los dos hermanos y sus padres fueron a donde él y le preguntaron si necesitaba ayuda. Para aquel entonces, el hombre ya se había calmado gracias a su aire comprimido.
-Estoy bien. Gracias por acercarse -respondió después de recibir la atención de la familia.
El hombre, a simple vista, les pareció destruido. Su cabello pelirrojo se encontraba tan reseco, que dejaba la impresión de que no se lo cuidaba en lo absoluto, al igual que su larga barba y un par de ojos verdes que simplemente ya no radiaban ninguna emoción. Él estaba ahí, enfrente de una lápida. Sin derramar una sola lágrima, sin dejar nada.
Abraham leyó el nombre puesto en la estatuilla de aquella lápida. Luego pasó a leer las fechas de nacimiento y partida de la persona. Se trataba de alguien muy joven que había nacido en el año 1995 y que había fallecido en el 2011. Alguien con apenas diecisiete años de edad.
-Conocemos su dolor -comentó Abraham con un suspiro después de darse cuenta de que el hombre se había quedado a ver aquella lápida.
-Por supuesto... -entonces suspiró él, pestañeando un par de veces, intentando que al menos una lágrima cayera por su rostro-. Ella era mi pequeñita.
La voz del hombre se expresó con mucha pena y dolor. El dolor de una enorme pérdida como el de una hija.
Rebbecca se había dado cuenta de quién era aquel señor ni bien reconoció el nombre y el apellido de la estatuilla. Su mirada se convirtió en una de desprecio al recordar la figura en vida de aquella muchacha.
-Mi Evgenie se marchó hace seis años, pero el dolor perdura como si fuese hoy -añadió el señor. Después estiró su brazo hacia la lápida y apoyó sobre ella su arruinada mano-. Lamento mucho la pérdida de su hija también. Leí la noticia estos últimos días en el periódico, también los vi cuándo la enterraron. Yo... Vengo seguido a visitar a mi pequeña.
La señora Marina suspiró y trató de sonreírle al hombre por un segundo. Lo mismo intentó hacer Abraham y por último Addley, quien seguía sintiendo más rabia que tristeza. Todo el tiempo lo demostraba a partir de sus puños cerrados y marcados con lastimaduras que se había hecho al golpear la pared de su cuarto reiteradas veces, preguntándose a los gritos por qué había sucedido eso. Por qué a Helena, por qué no a él.
-Yo conocí a su hija -confesó Rebbecca de un instante a otro, para la sorpresa de su familia y del señor-. Fuimos compañeras en la secundaria. Lo lamento mucho.
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...