La noche se hacía presente en aquella tarde de agosto.
Helena caminaba de regreso a casa. Se dedicaba a planificar el resto de su noche con cada paso que daba sobre las calles de su ciudad. Una buena ducha, un rato de lectura y una rica cena hecha por mamá. Nada podía ser más perfecto.
Las luces de las farolas deslumbraban su reflejo. Las flores de los cerezos danzaban en sus cabellos junto a la brisa vernal.
Ya le faltaba poco. Una buena bocanada de calma la dominó al entrar a su querida calle, aquella que recordaba como la palma de su mano. En menos de cinco minutos estaría accediendo a su hogar. Su hogar, dulce hogar.
Pero sus planes se quebrantaron.
Sus planificaciones se disolvieron a causa de un chasquido del destino.
Tres cuadras le faltaban para llegar a su casa. Dos segundos bastaron para que la tomaran de los brazos. Un minuto sobró para que la llevaran, a la fuerza, a un oscuro y solitario callejón.
¿El asaltante? Desconocido.
La pelea por escapar y buscar ayuda culminó en una victoria imaginaria .
Primero una puñalada. Después otra. Arriba, abajo y por los costados. El filo de una punta atravesaba sin dificultad la debilidad de su carne.
Dolor, agonía y desesperación.
Una trágica muerte marcaba el fin de la escena. ¿Y el asesino? Helena cerró sus ojos en un doloroso respiro.
Mas en plena agonía sus oídos lograron dar con la voz de su atacante antes de marcharse. Una voz que fue capaz de estremecer su mente.
"Dulce, dulce y linda Helena.
Bienvenida seas a mi mundo."
Trató de gritar el nombre de aquel maldito, de su atacante, estúpido asesino. El solo hecho de reconocer la voz sumergió su poca conciencia en un abismo de rabia.
Alexander.
Y despertó.
Helena.
Lo primero que mi visión pudo interceptar al abrir mis ojos fue, para mi desgracia, un techo blanco.
Una sensación peculiar, similar a la de un mal presentimiento, me invadió desde la cabeza hasta los pies. Podía percibir que más antes me había sentido igual, y recordar el momento específico no me cayó muy bien que digamos.
Intenté sentarme, siendo que me encontraba acostada, aunque estuve a punto de caer al suelo por no darme cuenta de que no tenía de donde sostenerme. Yacía sobre una camilla alta, sin sábanas ni ninguna otra manta que me cubriera. Agradecí que al menos llevaba puesta mi ropa normal y no otro camisón transparente.
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Almhara
FantasyHelena era su nombre. No tuvo mucha historia. Sus logros, sus sueños y sus intereses pudieron ser los mismos que los tuyos. Una vida común y corriente que dentro de un oscuro callejón, en una fría noche de abril, terminó. Pero es entonces cuando da...